El Real Zaragoza no conoce el fondo, su insoportable abismo no tiene límites, abre una pesadilla sin final en la que cada capítulo es más terrible. La eliminación a manos del Alcorcón es otro golpe, otro varapalo para una afición que ya no aguanta más. La grada, al no poder apuntar a Agapito Iglesias, que huye, se esconde y mira para otro lado en este desastre con su sello, dirigió sus miradas hacia Aguirre y los futbolistas, a los que apenas había tocado, salvo casos puntuales como Juárez. Ayer fue a por casi todos, sobre todo a la salida de La Romareda. Lo cierto es que el Vasco y sus chicos, salvo excepciones como Roberto, no merecen la camiseta que visten. Ojalá se pudieran ir todos, no solo Agapito.

El Vasco es responsable del ínfimo nivel del equipo y hace días que por dignidad debió tomar la puerta de salida. No lo hace, se refugia en una frontera de dentro de tres partidos en Liga que él se ha puesto mientras el equipo se consume, es un alma en pena y él ha adoptado un discurso y una pose sin energía, sin fe, sin alma. Dijo que no se va porque es profesional y porque cree en sí mismo. Si de verdad lo fuera, tendría un acto de honestidad y habría dado un paso al lado para ver si otro es capaz de levantar este cadáver que es ahora el Zaragoza. Él lo consiguió la temporada pasada, ahora es incapaz de transmitir cualquier sensación de lograrlo en la actual. El equipo no ha ganado un partido de los últimos once, nueve de Liga y dos de Copa, donde lo ha dejado fuera un Alcorcón con reservas, y es colista en Liga. ¿Qué más necesita saber Aguirre?

El sentir de la grada

La Romareda tuvo una entrada flojísima, como si temiera lo que iba a suceder. Sin embargo, los pocos que allí acudieron sí se dejaron oír, sobre todo al final. El zaragocismo está desesperanzado, pero también harto de estar harto. Por eso ya no solo mira a Agapito, que ha sido el primero en quitarse de en medio. Por eso, ayer un sector de la afición --unos 200 seguidores-- se quedó a esperar a los jugadores, a recordarles la camiseta que visten, una elástica y un escudo con casi 80 años de historia, a hacerles saber que no pueden seguir arrastrando el nombre del equipo.

A ver si lo recuerdan, a ver si en Navidad son conscientes de lo que supone este equipo. Se sabe que Agapito no es conocedor de ese pasado del Zaragoza. Para el soriano, solo es el club que ha ido destruyendo en cinco años. A ver si los futbolistas llegan a hacerse una idea al menos de lo que defienden, del sentimiento que refleja cada aficionado zaragocista.

El argumento de que la Copa era solo una distracción no sirve. Por historia y por la necesidad anímica tras tantos varapalos, ganar al Alcorcón y sentirse en octavos era un bálsamo. La derrota solo introduce más azufre en el particular infierno zaragocista. Enero traerá refuerzos --no menos de cuatro-- para un milagro en Liga que esta vez parece más difícil que los anteriores y, por el momento, Aguirre sigue en su puesto, con Agapito alejado de La Romareda y de la realidad. De verdad, esta pesadilla no parece tener fin.