La batalla que el Real Zaragoza está librando consigo mismo no deja títere con cabeza. En realidad es una película de reposición a la que asisten con dolorosa puntualidad el club y su afición desde hace una década. Antes, en la sala de la élite. Ahora, en el cine de barrio y barro que es la Segunda División. En otras ocasiones había algo a lo que agarrarse en aquella mentira ruinosa de Agapito, pero hoy en día no queda vivo ni el tramoyista. Durante diez jornadas se ha cuestionado todo y antes de jugar en Valladolid, no queda nadie ni nada que garantice que el equipo pueda sacar la cabeza de los escombros, de una línea argumental que se ha ido borrando con el paso del tiempo.

No hay portero, los laterales descarrilan, los centrales se pierden en la niebla, el centro del campo no manufactura ni una pieza de fútbol y por la delantera corren futbolistas a la caza de un balón fantasma. De Luis Milla ya sólo queda entre bambalinas la silla de director, donde su ectoplasma se sentará en Pucela cuando ya se ha celebrado su funeral. El surrealismo se ha apoderado por completo de este Real Zaragoza que se construyó sobre el protagonismo sentimental de Zapater y Cani, olvidando que en el deporte de grupo los secundarios son tan importantes o más que los cabeza de cartel. Los productores, Carlos Iribarren y Narcìs Julià, van a tener que comparecer para dar explicaciones porque ésta es su obra. O para remediar en lo posible su desdichada elección de actores.

Milla se ha enrocado en sus ideas, muy típico de la estirpe de los técnicos, o quizá no las haya sabido transmitir. También es muy posible que esta compañía teatral le venga grande por pequeña. Como la temporada esta en marcha y las funciones no se pueden suspender, la directiva ha optado por mantener al turolense mientras busca un relevo para el banquillo. Ocurra lo que ocurra en Valladolid, se supone que no habrá marcha atrás. De lo contrario, el club entraría en una espiral todavía más disparatada.

La prioridad ya no es mirar hacia arriba, sino evitar que el Real Zaragoza se vaya por el desagüe de la categoría como ya ha advertido Ángel. Se necesita por lo tanto captar a un entrenador que se ajuste a esta coyuntura tan delicada, que reactive al vestuario y recoloque a la desorientada Fundación con un mensaje directo, conciso y convincente. Se da por hecho que no es fácil conseguir a ese personaje tan concreto, pero desde luego mucho menos complicado que, como se ha hecho, arrastrar al club a la más caótica de las anarquías. La gran estrella de la nueva película ha de ser el apuntador, un orientador en la sombra que aporte algo de luz sobre un escenario lúgubre.

Para hallarlo, nada tan sencillo como seguir el curso del Ebro. Aunque a Iribarren se le atraganten esas aguas. Para eso está Julià, para convencerle de que en muchas ocasiones la coherencia está a la vuelta de la esquina.