Los fines de semana son los días preferidos para disfrutar de la noche. Y a veces, casi sin que uno se dé cuenta, llega la luz mañanera y, con ella, el nuevo día.

Los neurólogos aseguran que un adulto necesita dormir 8 horas -más la siesta- para funcionar bien, tanto a nivel mental como orgánico. "La siesta de corta duración, de 20 o 30 minutos, potencia el estado de alerta y mejora el rendimiento cognitivo, sin afectar negativamente al sueño nocturno", indica el estudio 'Sueño saludable: evidencias y guías de actuación', publicado por la Sociedad Española del Sueño (SES).

Pero existen disparidades en la salud del sueño relacionadas en parte con factores modificables de la calidad del sueño y la cantidad adecuada. Una duración corta del sueño (seis horas o menos para un periodo de 24 horas) se suele considerar una costumbre negativa que puede llegar incluso a ser mortal, pero un sueño demasiado largo (más de 9-10 horas en un periodo de 24 horas) también puede resultar negativo para la salud. Los expertos también señalan quedormir seis horas (o menos) es igual que no dormir, por lo que destacan la importancia de dormir las suficientes horas.

Dormir de forma confortable exige cumplir ciertos requisitos. Para coger el sueño, hay que echarse en una habitación previamente ordenada, que esté a oscuras completamente (o utilizar antifaz), en silencio y a una temperatura que, sobre todo, no sea excesiva. Con calor ambiental es más difícil dormir que si se pasa un poco de frío, según indican los estudiosos del tema.

ANSIEDAD E IRRITABILIDAD

Sin embargo, no dormir una noche no tiene por qué tener consecuencias para el organismo, pero ¿cuáles son los los efectos de pasar 24 horas sin dormir? En general, no tendrá consecuencias graves, y menos si es una noche aislada. Aunque sí tendrá consecuencias evidentes a lo largo del día: sueño a todas horas, disminución de la capacidad de reacción, cambios de humor, ansiedad o irritabilidad, por ejemplo. En casos aislados, causa sensación de dolor.

En caso de que la persona tenga problemas cardiovasculares, se eleva el riesgo coronario. Además, la falta de sueño puede repercutir en la forma de procesar la glucosa, lo que puede provocar altos niveles de azúcar en la sangre y, a la larga, favorecer la diabetes o un aumento de peso.