Se alojan en Villa Gaia, un precioso hotel a las afueras de Digne les Bains que mantiene la estética y la elegancia de la casa señorial que fue. Están a unos 35 kilómetros de Le Vernet, donde ayer, como han hecho desde el martes, acompañaron a las familias de los pasajeros del avión que el martes se estrelló en los Alpes. Charlan con este diario sobre el estado de ánimo de los allegados. Una buena manera de hablar con las familias sin molestarlas. Y distinguen dos estados emocionales, el que tenían antes y después de llegar a Marsella, donde se les informó de que el copiloto estrelló el avión intencionadamente. "Pasaron de la tristeza al odio, el hambre de venganza y la rabia. Dejaron de repetir que habían perdido un hijo o un padre. Ahora dicen que se lo han quitado".

No están los 11 integrantes del CUES desplazados a Francia porque algunos han ido a acompañar a una familia que ha pedido realizar un acto privado. Se trata de la mujer, los padres y la hermana de uno de los fallecidos. "La esposa es vietnamita --cuenta Isabel Ferrer, responsable del equipo-- y quería realizar una despedida en una zona muy concreta de la montaña". Mientras, en Barcelona, el resto de los efectivos han atendido a una decena de familias que no han viajado.

Han notado en las personas que han tratado "mucho estrés emocional, pero también mucho agotamiento físico". Ayer llegaron desde Marsella en bus y en esas tres horas de trayecto tuvieron que digerir las palabras del fiscal general Brice Robin. No lo lograron. Eduard Martínez, psicólogo, explica que el desprecio hacia el copiloto flotaba en el ambiente. Antes culpaban al azar, pero ahora tienen un rostro al que hacer responsables de su desdicha. "El hecho importante es la pérdida de un ser querido. Sean cuales sean las causas, el odio es solo una vía de escape. El verdadero reto es aprender a vivir sin la persona, darse cuenta de que ya no forma parte de la rutina". A tenor de lo que han presenciado estos días, y con lo que está por llegar, hay mucho por hacer. Más ahora, con nuevas emociones, de rabia, que dificultan el buen gobierno del duelo. "Venían con la intención de despedir a un ser querido pero ahora focalizan su pena en el odio hacia el copiloto", señala Eduard. "¿Pero cómo es posible?". "Era un asesino". "Un loco". "Todavía no me lo puedo creer". "No ha sido un accidente, nos lo han matado". "¿Qué voy a hacer yo ahora?". Son algunas de las reflexiones que estos profesionales escucharon en el acto del jueves en Le Vernet, donde se ha colocado un monolito en homenaje a las víctimas. Fue un encuentro "muy emocional", cargado de simbolismos, con muchas familias depositando flores llenas de recuerdos, fotos o cartas; como la que al día siguiente sigue dentro de una rosa blanca, a los pies de la piedra. En catalán, de una esposa a su marido fallecido. A Pere. El padre de sus dos hijas al que le habla en presente, en total negación de lo que ha sucedido. El escrito estremece, parece redactado sin levantar el bolígrafo. Irreproducible. Es la imagen más reveladora de lo que se vivió en ese prado que queda a los pies de la montaña en la que perdieron la vida. Las familias, cuentan los miembros del CUES, debían distribuirse por nacionalidades en los autobuses. Así se había organizado en Marsella. Ellos prefirieron mezclarse porque el dolor es universal, sin colores ni banderas. Por eso el autocar siete llegó sin pasaje, porque buscaron el calor del grupo, sin asientos vacíos que evocaran ausencias. Una mujer, cuenta la técnica auxiliar Sofía Miranda, lloraba desconsolada. Se acercaron a ella porque pensaron que había venido sola. "Nos dijo que no, que se había apartado de los suyos porque necesitaba la soledad, dejar de sentir que era una carga emocional para los demás". Muchos decían que aquello era el primer funeral. Aunque su meta era otra. "A ver cuándo me devuelven a mi hijo", recuerda Isabel de esa tarde en la que el sol, dichoso, se posó sólo sobre la zona de la catástrofe.

Algunos se quejaron de la rigidez del recibimiento. Querían algo más personalizado, moldear y adaptar la despedida a su duelo. La psicóloga Sílvia Navau recuerda que algunos familiares le expresaron "su decepción en cuanto al dispositivo porque era muy bonito y emotivo, pero ellos preferían algo más palpable". Tocar. Esa es la obsesión de la mayoría ante la angustia de no saber cuándo van a recuperar a los suyos. "Están agradecidos por el modo cómo se ha llevado todo, pero es verdad que alguno te comentaba que habría preferido más intimidad, no tanto formalismo", señala Eduard. Aun así, al final se fundieron en un aplauso espontáneo. Algunos ya habían vuelto al autocar. Bajaron.

La información, o más bien dicho, la ausencia de información, es una de las cosas que peor han llevado. Ya el martes tuvieron que aguantar una escena imposible en el aeropuerto: un empleado de Lufthansa les informó, megáfono en mano, de que no había supervivientes. Luego abandonó la sala. "Ellos llegaron a El Prat con desesperación e incertidumbre, pero con esperanza porque habían escuchado que en los primeros reconocimientos aéreos se habían visto personas con vida", describe Noemí Sans, trabajadora social.

Isabel lamenta que en estos días se haya hecho "todo lo contrario de lo que dictan los manuales de primeros auxilios en materia de comunicación". Es algo que las familias les han comentado, la total ausencia de una voz autorizada que les fuera poniendo al día para que las cosas no les fueran llegando a través de Twitter o un whatsapp. Solo Robin lo hizo.

Juan Pardo, que perdió a su primera mujer, una hija y una nieta en el avión, agradecía el apoyo recibido. Se acordó de la policía y del fiscal general de Marsella, por decir la verdad y no esconder la desgracia.