Alcañiz despidió ayer con honores y calor a los agentes Víctor Romero y Víctor Jesús Caballero, asesinados a sangre fría en Andorra mientras cumplían con su deber como integrantes del equipo ROCA (contra los robos en el campo) en la zona, junto al ganadero José Luis Iranzo. El funeral fue seguido, tanto en la iglesia -la excolegiata de Santa María de Alcañiz- como en todos los rincones de la plaza España, por cientos de vecinos que rindieron tributo a los agentes con aplausos. Algunos les conocían y otros no estaban seguros, pero todos coincidían en la implicación del instituto armado en la vida de la localidad, y en lo tristes y enojados a la vez que les había dejado el asesinato.

En la capilla ardiente instalada en el Ayuntamiento de Alcañiz esperaban desde anteayer por la noche los féretros en los que reposaban Romero, calandino de 30 años que tenía pareja y una niña de escasos meses y Caballero, gaditano de 38 años que había encontrado gran arraigo en Alcañiz no solo por trabajo, sino por pareja. A las 11.00 horas de ayer, sus compañeros del puesto, algunos también de los equipos ROCA y familiares trasladaban a hombros los ataúdes desde la puerta del consistorio alcañizano a la entrada de la excolegiata, seguidos por el séquito de familiares conmocionados. Especialmente duro se hacía contemplar al abuelo de uno de ellos, asistido por dos voluntarios de la Cruz Roja para entrar a la iglesia tras llevarle en silla de ruedas.

A la entrada del templo les esperaba una escolta de honor integrada por numerosos agentes y mandos de la Guardia Civil, cuya banda llegada de Madrid interpretó una marcha fúnebre y el himno nacional a su llegada. En el lado izquierdo de la entrada había una buena muestra de la magnitud de este crimen y la solidaridad despertada entre todas las instituciones. Había representantes desde la Policía Local a la Nacional (incluido el Jefe Superior, José Ángel González y el comisario de la Unidad Adscrita, Antonio Rúa) hasta la local, pasando por efectivos de la Gendarmería Francesa, Mossos d’Esquadra o los bomberos. Todos los colectivos que habitualmente colaboran con el instituto armado, y particularmente con los equipos ROCA.

Junto a ellos, el general de la VIII Zona de la Guardia Civil, Carlos Crespo y el número dos del instituto armado a nivel nacional, Laurentino Ceña. Codo con codo con los representantes de la judicatura, con el presidente del Tribunal Superior de Justicia de Aragón, Manuel Bellido, a la cabeza. También acudieron, entre otros, las tres juezas con las que en estos momentos cuenta Alcañiz, según fuentes judiciales, una de las cuales instruye el caso.

A ellos se unían los representantes políticos, como los consejeros de Presidencia, Cultura y Medio Ambiente -Vicente Guillén, Mayte Pérez y Joaquín Olona, respectivamente-, el vicepresidente de las Cortes, Florencio García Madrigal o el delegado del Gobierno en Aragón, Gustavo Alcalde, entre otras autoridades de la comunidad.

Todos ellos asistieron a la misa oficiada por el Obispo de Teruel, Antonio Gómez, con la que fueron despedidos los dos agentes que, como destacó luego Alcalde, «dieron su vida por servir a la sociedad». Por ello les fue impuesta y colocada sobre el féretro la Cruz al Mérito de la Guardia Civil con distintivo rojo, a título póstumo. A algunos asistentes les llamó la atención que una pasara por manos de los familiares antes de colocarse en el féretro y la otra no.

A la salida se vivieron momentos aún más emotivos, con la interpretación del himno de la Guardia Civil y de La muerte no es el final, mientras los agentes, sin poder contener las lágrimas, sostenían los ataúdes de sus compañeros.

Finalmente, y en un continuo aplauso con ¡vivas! a la Guardia Civil, los ataúdes abandonaron la plaza ya en los coches fúnebres, camino a sus lugares de reposo.

Tras la ceremonia, Gustavo Alcalde afirmaba que «en casi seis años como delegado del Gobierno en Aragón», ayer era «el día más triste» que había vivido, al tratarse del funeral de «dos servidores de la patria que han dado su vida» por servir a la sociedad, además de a José Luis Iranzo, al que también alabó.

El alcalde de Alcañiz, Juan Carlos Gracia Suso, estaba aún visiblemente conmocionado, y, además de las condolencias a los familiares de las víctimas, ofreció su deseo de que el «criminal» Igor El Ruso «no vuelva a ver la luz del día» tras su futura condena.

Por su parte, el consejero de Presidencia, Vicente Guillén, expresó en nombre de la DGA, «en un día tan triste», su cariño a las víctimas y a sus familias, y su refrendo a la Guardia Civil «no solo para proteger la seguridad, sino la libertad».

La ceremonia fue muy emotiva para todos los vecinos y los visitantes, que no solo habían llegado de Cádiz, como la familia de Caballero, sino de otras partes. Así, Montse explicaba que se habían presentado desde la localidad turolense de Terriente, donde Romero había vivido de pequeño. Tenía el recuerdo de verle «asomarse a la ventana para pedirme chocolate, y volcarse hacia dentro», explicaba con una sonrisa. La mujer se mostraba especialmente compungida por el abuelo del joven calandino, que según explicaba, siempre había sido su ojito derecho. «Todo era él».

Los vecinos aún no salían de su asombro de que un crimen como el del pasado jueves, un asesinato a sangre fría con disparos por parte de un criminal internacionalmente buscado, hubiese pasado en la zona. «No te esperas cosas así en Teruel, eso es de Estados Unidos», explicaban dos. Las muertes han dejado a la población «muy trastornada», pues «todo el mundo los conocía, o como poco conocía a alguien que los trataba. Eran unos chicos estupendos», afirmaban dos vecinos de la ciudad.