A las doce de la noche en el autoservicio del Distrito 50 las alitas de pollo y los tacos picantes se convirtieron en un manjar exquisito. Había que combatir el frío a fuerza de ingerir calorías, así que los goffres recién hechos y bien calentitos de Bélgica resultaron ser un complemento ideal para algunos. Lo habrían sido para muchos más de no formarse ante el pabellón una de esas colas que ya son historia en la Expo. Pero ya puestos, como una vez que logras acceder al interior da igual dulce que salado, los nocturnos se abalanzaron sobre la barra en busca de una cerveza. "¿Cerveza? No hay cerveza, y no hay cerveza porque estamos liquidando la vajilla", explicaban los camareros. Las copas a un euro, las bandejas a dos, y de regalo, si la compra era buena, un servilletero o una panera. Ligar las copas acabó siendo un problema, porque el bar de Bélgica tenía un modelo para cada tipo de cerveza y las más espectaculares, las de balón, se agotaron pronto. Pero como no se trataba de completar una cristalería sino de tener un recuerdo cualquier mercancía era bien recibida, ¡y a buen precio!

En Polonia, con menos prisas por empaquetar, organizaron un fiestón para los trabajadores del pabellón y algún que otro invitado ocasional. La organización no reparó en gastos: barra libre y un exquisito buffet caliente y frío que justificaba el éxito que ha tenido el restaurante durante estos tres meses. Ante unas mesas tan generosas el ambiente era un cascabel, ya que la sala de proyecciones se transformó en una bulliciosa discoteca, el mejor remedio para empezar a combatir la nostalgia. Entre baile y baile aún quedaba tiempo para pasar teléfonos y direcciones, un último intento por mantener las buenas relaciones que han nacido en el recinto de Ranillas.

Las fiestas se sucedían por los pabellones, aunque muchos optaron por hacerlas a puerta cerrada, como Uruguay, donde algún animado acabó haciendo striptease, y América Latina, que estaba muy concurrido. Fue tal el éxito de convocatoria que el ron se agotó a las primeras de cambio, aunque no fue ningún inconveniente para que unos y otros hicieran buena demostración de sus correspondientes ritmos. Más previsión tuvieron en México, donde se tomaron la molestia de preparar unos exquisitos bocadillos de atún y guacamole, o los tan demandados de pulpo, que a las cuatro de la mañana eran la mar de reconstituyentes. "Esto es una típica fiesta mexicana", explicaba uno de los responsables del pabellón cada vez que desde la barra algún espontáneo lanzaba cubos de agua al personal. El chapuzón no hacía mella entre quienes aún portaban el chubasquero que Expoagua había regalado en la fiesta oficial y que se emplearon a fondo bailando todo tipo de ritmos. "Ahora toca bailar, no hemos hecho ni un día de fiesta en tres meses", decía una responsable de la oficina del comisario.

Muy cerca, ajenas a los corridos y las rancheras, unas mujeres se empleaban a fondo en el pabellón de Nigeria empaquetando pequeñas figuritas de madera. Las había a miles, de lo que se deduce que la venta ha estado muy floja, y eso que unas cebras de buen tamaño y refinada madera costaban seis euros. Más afanados estaban en el pabellón de India, donde a esas horas de la madrugada ya estaba prácticamente desmontado y toda la mercadería guardada en barquillas de plástico.

A las cuatro y media la salida del Pabellón Puente estaba cerrada y los tornos desactivados. La puerta de los trabajadores seguía activa, pero las acreditaciones, al menos las de los periodistas, solo tenían validez hasta el 14 de septiembre. Y ya era 15, el día después.