Mientras los políticos de todos signo y color seguían ayer tirándose los trastos a la cabeza y posando ante las cámaras arrimando el ascua a su sardina, los verdaderos protagonistas de esta historia de final infeliz seguían manchándose las manos y los pies de barro para intentar frenar la furia del agua. Contenían la rabia y el duelo ante las devastadoras imágenes y efectos de una riada que ayer bajó considerablemente de nivel pero que todavía dejaba una desoladora estampa. Su apoyo más directo, los alcaldes de las localidades ribereñas que ayer volvieron a demostrar que son el primer ciudadano de la localidad, el que está por encima de siglas e ideologías y se afana por trabajar codo con codo con los vecinos de su municipio.

Son muchos los ejemplos. Roberto González Ansón, el de Villafranca, estaba con el agua al cuello. Literalmente. Ayudaba a su primo y vecino, José Antonio Moreno, concejal de otro partido, a evaluar las pérdidas de su granja de tocinos. 2.600 cabezas, de las que 1.600 perecieron ahogadas intentando salir de la ratonera en la que se convirtió el recinto.

"Hemos comprobado con sorpresa que todavía habrá unos mil vivos, pero si no los sacamos de aquí, van a morir ya. Llevan tres días mojados y sin comer", se lamentaba Moreno, profundamente preocupado. Algunos tocinos habían logrado salir a nado y correteban por la zona seca del gran mar en el que se han convertido los ocho kilómetros de valle en esa zona. Otros, habían pisado tierra firme pero estaban muertos, vencidos por el agotamiento.

"Ni en la de 1961 había llegado el agua hasta esta zona", alertaban dos vecinos veteranos, Ángel y José María, que con su modesto remolque, una cáscara de nuez en un océano, se prestaban a colaborar en una inútil evacuación. No hay manera de llegar a la granja, salvo en barca. Difícilmente se pueden evacuar unos tocinos de más de cien kilos que se iban a vender la semana que viene. Ahora, todo son pérdidas. Difícilmente evaluables, pero estas pueden ascender a más de 300.000 euros en carne y mucho más en las infraestructuras. El valle se ha convertido en una marisma más propia de Doñana que de las yesíferas tierras del Ebro. Sacar a los escasos cerdos vivos es una tarea ingente. Sarga ya ha comunicado que aportará camiones pero no mano de obra. "Esto es desesperante, estamos hartos, nos tratan como si fuéramos catetos, y nadie nos hace caso. Anuncian ayudas que nunca llegan y lo que tienen que hacer es limpiar el Ebro", indican algunos vecinos que con sus monos de trabajo intentan también, con mucho esfuerzo, recuperar algún cerdo que se oculta entre las matas. En Villafranca, aseguran que el puente de la autopista autonómica, inutilizado y hundido en una efímera vida de siete años, ha servido "como una presa perfecta, como ya imaginamos en el pueblo y se nos rieron los que llevan corbata y están en un despacho", indica otro vecino.

Villafranca es un ejemplo, uno entre más de treinta localidades que llevan varios días sin dormir, levantando motas de resguardo, reforzando las existentes y muy dañadas tras más de un mes sujetando el río, prestando ropa seca, haciendo bocadillos o prestando sus casas a aquellos que no pueden entrar porque su vivienda se ha convertido en un charco y un lodazal.

En total, más de 20.000 cabezas de ganado han sido trasladadas de diferentes explotaciones de la ribera, con más suerte que la granja de José Antonio Moreno, a quien ahora le toca un rosario de gestiones burocráticas para recuperar parte, solo una mínima parte, de lo perdido. "El próximo día me verán en primera fila limpiando el río, con mis vecinos, y de aquí solo me sacará la Guardia Civil", anuncia el alcalde, Roberto González.

La cara más amable de la riada se refleja, paradójicamente, en su violencia. Es la solidaridad vecinal, la misma que permite que los vecinos de Luceni acojan el desalojo de Boquiñeni o la que arropa en Pina de Ebro las decisiones municipales y por iniciativa propia --y recursos propios-- refuerzan una mota que se antojó fundamental para evitar el desalojo del municipio.

En esta localidad, lo peor ya ha pasado, pero la noche del domingo al lunes fue de incertidumbre permanente. Néstor teme que sus 700 terneros tengan que ser desalojados, mientras encuentra el apoyo en el café que le permite mantenerse toda la noche despierto y la amistad de otros vecinos: Santiago, Carlos, Ángel y Javier. Juntos recorren, de noche cerrada, caminos que se han convertido en el alambre del equilibrista. En lugar de vacío, a los lados del alambre un buen número de metros cúbicos que amenazan con romper la tierra. Buscan bombas. Al fondo, las sirenas de la constructora que rompe la carretera A-1107 para que salga el agua. "La huerta se ha perdido toda, como va a pasar en todo el valle", indica un vecino que cultiva cebollas.

Solo para los jóvenes es día de fiesta, oyen alborozados el bando que anuncia que se suspenden las clases. Al igual que sucedió ayer en Velilla de Ebro, con la escuela inundada. Cuando la preocupación dejó de existir en Pina, se extendió aguas abajo, cuando el valle se ensancha más, y llegó a Quinto, donde en unas pocas horas se construyó una mota-dique que impidió que la amenaza de inundación en el tramo urbano se convirtiera en realidad. "No nos explicamos qué ha fallado, porque en tan solo un día se modificaron las previsiones, y se pasó de que apenas sería una riada ordinaria a ser una crecida más que extraordinaria", apuntan algunos vecinos que comprueban que la arena vertida sobre una mota permite contener la fuerza del caudal y evitar que Quinto se convierta en una piscina. "Aunque este pueblo está a buen resguardo del río", indica.

Mientras, los habitantes de la ribera temen que el jueves haya un nuevo repunte del caudal, aunque de momento las previsiones de la Confederación Hidrográfica del Ebro descartan que sea perceptible tras un mes en el que el Ebro ha llevado un volumen más que considerable. Todos apuestan por el dragado de un río cuyo lecho cada vez se sobreeleva más, debido a los lodos que arrastra y también a la acción humana. Los fertilizantes de la zona más fecunda del país son arrastrados por las aguas y depositados en el fondo, generando un aumento de la vegetación en el cauce. Vida, que a veces supone destrucción.