Son personas anónimas para los miles de zaragozanos que se los cruzan cada día por las calles, con un pasado que nada tiene que ver con el día a día que ahora afrontan con entereza y la máxima dignidad, y un futuro que todos esperan que cambie un día de estos. Tal vez hoy mismo. Pero su rutina hoy pasa por buscar ayuda allá donde puedan encontrarla, o donde se la ofrezcan y hasta que les digan que ya no hay más para ellos. Son los nómadas del siglo XXI, que han acabado de ciudad en ciudad apurando opciones a su alcance sin olvidar que hubo una época en la que ellos también tuvieron un reto que cumplir. O lo lograron y luego lo perdieran todo.

Santiago, Manuel Ángel (o El Sevilla como todos le conocen en el Refugio) y Javier son tres claros ejemplos de cómo la vida da un giro inesperado y a veces la esperanza está lejos del hogar.

"Estoy haciendo turismo a la fuerza". Así lo explica El Sevilla, un andaluz que ha hecho escala en Zaragoza en su camino a Francia para ver a su hija. Y menos mal que ha pasado por la capital aragonesa porque, según relata, "no tengo dinero ni para renovar el carnet y sin él no puedo pasar la frontera, y si no veo a mi hija al menos una vez al año me quitan la patria potestad". La residencia del Carmen le ha dado los diez euros para el papeleo y la foto se la ha pagado Cáritas.

Pero ya está tranquilo. Podrá verla. Y se felicita por ello mientras recuerda su etapa en Rentería, cuando ya dormía en la calle, "cerca de la iglesia", solo por vivir cerca de su novia y se levantaba "a las cuatro de la mañana para andar nueve kilómetros hasta el Alcampo", donde trabajaba. Luego la suerte cambió, sobre todo por la muerte de sus padres, la pérdida del negocio familiar "porque colocaron un Continente enfrente a 400 metros" y de su vivienda, donde estaba de alquiler.

Junto a él está Santiago, de Cáceres, un hombre que está a punto de poder percibir una ayuda, "en octubre cuando cumpla los 45". Tocó fondo hace dos años al perder su empleo en el autoservicio Área 103, en la carretera A-2, su último trabajo. Hace un año se le terminó el subsidio y atrás queda la etapa en la que "tras la muerte de mis padres fui a Torrevieja a trabajar, con una herencia de 16 millones y me compré piso". El alcohol y la droga acabaron dilapidándolo. Por fin ha salido de ese agujero y vuelve a sonreir.

Por último, Javier, de Lérida, es el más callado. Se le acabó el paro "el mes pasado". Vivía en su ciudad de alquiler pero se quedó en el paro en el 2010. Ahora su día a día es "ir a pedir a Independencia por la mañana y luego venir al Refugio, y por la tarde ver la tele". Y remarca que no se gana tanto. "Un día bueno te pueden dar 20 euros", dice.