Pese al ridículo mundial y el inmenso cabreo que provocaría la repetición electoral, España se aproxima hacia el abismo de una nueva convocatoria electoral, tras confirmarse el marcador de 170 síes a favor de Mariano Rajoy y 180 noes en la primera votación del debate de investidura. Mañana viernes, cuando el candidato solo requiere de mayoría simple, se repetirá previsiblemente el mismo resultado y todo parece indicar que los dos meses que se abren hasta la llamada de nuevo a las urnas serán baldíos. Las únicas opciones de no votar en Navidad son remotas: que Rajoy o Pedro Sánchez den un paso voluntario o involuntariamente atrás, o bien que el líder socialista se decida a intentar, de nuevo, un gobierno con Podemos y los nacionalistas. Porque la opción «moderada» que defiende Rajoy, de ser reelegido con la abstención del PSOE, quedó ayer enterrada bajo un discurso mordaz del líder socialista. Sánchez embistió sin piedad al candidato y trató de hacerle ver que su intención de gobernar «sin oposición» empeoraría el «absolutismo» del PP, para atrapar a los socialistas en una «legislatura del chantaje».

El dirigente dinamitó todos los puentes, hasta el punto que dejó los ánimos del PP, que ya eran pesimistas, por los suelos. «Si hasta ahora teníamos un mínimo atisbo de esperanza de que el PSOE se moviera, hoy lo vemos todo más negro», sostenía al término del cara a cara un diputado conservador. El líder del PSOE dejó claro que no cederá ante las presiones, porque España necesita un ejecutivo, pero no «un mal gobierno», y aseveró que Rajoy «no está capacitado para liderar» el país por su reacción ante la corrupción, la crisis o el conflicto territorial. Sánchez cerró cualquier vía de colaboración para legitimarse ante su partido y tratar silenciar las voces de barones y vieja guardia que abogan por una abstención, aun a riesgo de que sus votantes se sientan traicionados.

El candidato respondió al ataque tirando de retranca, esa que caracteriza sus discursos y que faltó en la intervención inicial del martes, cuando adormeció a sus señorías. «Tenga la absoluta certeza de que ya he entendido todas las partes del no, así que tranquilícese», le espetó, para a continuación solicitar al PSOE que le «deje gobernar» y no lleve a España a una tercera convocatoria electoral.

El agrio cara a cara dejó en el aire una sensación de que el entendimiento es casi imposible. En todo caso, las pocas opciones de desbloqueo no se desvelarán hasta pasadas las elecciones gallegas y vascas, el 25-S, en cuya campaña se volcarán los líderes estatales por las posibles implicaciones en la política nacional del resultado. Ante una hipotética debacle del PSOE, los barones podrían forzar un Comité Federal que cambie la posición del partido. Pero la rotundidad del discurso de Sánchez dificulta que él pueda defenderla.

Y desde las filas populares temen que la carta que guarde el líder socialista sea la cabeza de Rajoy a cambio de una abstención. La tercera alternativa que nadie descarta, aunque remota, es que Sánchez y Pablo Iglesias dejen atrás la desconfianza mutua y tejan un gobierno progresista, que requeriría el apoyo de los nacionalistas. El líder de Podemos forzó a Pedro Sánchez a elegir entre unas terceras elecciones o un pacto, en una intervención con tono mitinero, que Rajoy desmontó con sarcasmo. El podemista se cebó contra Rivera, al que calificó de «chicle de MacGyver del régimen», en referencia a flexibilidad para tender la mano a derecha e izquierda.

El presidente C’s expuso un discurso posibilista convencido de la obligación de encontrar pactos, más allá de las complicidades personales, que él evidenció que no tiene con Rajoy. «No hemos venido a hacer amigos, hemos venido a trabajar», señaló. Rivera pidió al candidato conservador que haga una oferta sugerente a Sánchez, al socialista que se avenga a trabajar junto a C’s en la oposición y a Iglesias que apoye el pacto anticorrupción. Las reflexiones naranjas sobre las conductas ilícitas forzaron a Rajoy a abundar en un debate que le es incómodo.

El debate acabó a las 20.05. Hasta ese momento, nadie habló del déficit, que se disparó el 20%, dado que Hacienda difundió la cifra cuando ya casi habían terminado los discursos.