A Mariano Rajoy le faltó ayer embozarse en un traje de seguridad amarillo del hospital Carlos III de Madrid para emular a su maestro Manuel Fraga el día que se zambulló en las aguas de Palomares para transmitir "tranquilidad" a la población. El presidente no pasó de la primera planta. Escuchó a los médicos que tratan directamente a Teresa Romero y, al salir, un grupo de sanitarios le abuchearon y arrojaron sus guantes a modo de protesta y desafío. "Con nosotros no se juega", resumió un técnico de enfermería. El ritmo durante el día de ayer fue frenético en este centro pegado a un extremo del paseo de la Castellana, que en su día fue hospital de referencia en enfermedades infecciosas. En los años previos a la privatización de la sanidad pública madrileña la sexta planta estaba reservada a los enfermos graves de sida. Anoche solo quedaba Romero y la médica del centro de salud de Alcorcón al que la técnica de enfermería acudió con fiebre sin desvelar que había estado en contacto con enfermos de ébola. Esta sanitaria, que fue de las primeras en ingresar en observación de forma voluntaria porque sufría por sus tres hijos, ha dado negativo en las pruebas de ébola y posiblemente será dada de alta pronto.

Romero se quedará sola en la sexta planta, ocupando la habitación 8. La conoce bien. Por ese mismo habitáculo de presión negativa y al que solo se accede con traje de seguridad del nivel tres pasaron los dos misioneros con ébola a los que ella atendió en varias ocasiones. Fue allí donde se contagió.

En la quinta planta anoche habían 15 hospitalizados tras tres nuevos ingresos voluntarios. Una de las personas que acudió al Carlos III es una empleada de la limpieza del centro de salud de Alcorcón. En esta quinta planta los pacientes en observación están aislados en habitaciones individuales y los sanitarios que acceden van protegidos con gafas, guantes y un traje de seguridad inferior. Ninguno tiene síntomas, las pruebas del ébola siguen dando negativo, pero todos llegan en un estado de gran nerviosismo y temor.

El miércoles por la noche no había manera de consolar a las dos esteticistas que depilaron a Romero en su peluquería de Alcorcón, que no dejaban de llorar. Tras unos días recluidas en sus casas, optaron finalmente por acudir al hospital para estar mejor vigiladas.

En esa misma planta está el doctor Juan Manuel Parra, que atendió a Romero en un box de urgencias en Alcorcón, Javier Limón, el marido de la infectada, y los dos sanitarios de la ambulancia que la trasladó de su casa a Alcorcón la madrugada que empezó a tener mucha fiebre. A todos se les vio tranquilos contemplar la lluvia desde las ventanas de sus habitaciones.

Y por lo que pueda pasar, la dirección del hospital ordenó ayer desalojar la tercera planta y ya solo quedaban en todo el hospital pacientes relacionados con el ébola.