Todo sucedió muy deprisa, poco antes del atardecer del pasado miércoles. La empleada de la gasolinera del paseo Echegaray y Caballero, en Zaragoza, sintió una presión en el costado. "Una pistola", pensó. Se giró asustada y vio a un hombre alto, con gafas de sol, que cubría su rostro con un pasamontañas y una gorra.

El encapuchado actuó con gran rapidez. Los coches, a esa hora, las seis menos cuarto de la tarde, no paraban de pasar por la arteria que une el puente de Hierro con el de Las Fuentes, pero no había ningún vehículo repostando. El ladrón abrió la cartera que la empleada llevaba sujeta a la cintura y extrajo todos los billetes que contenía. Luego, cruzó la avenida corriendo y se dio a la fuga por las estrechas calles que rodean la plaza de las Tenerías.

La víctima cree que el ladrón "era joven, por la forma en que corría". Y no era español. "Apenas habló, pero tenía acento magrebí o algo así".

Este hombre, al que se atribuyen otros hechos similares en distintas gasolineras de Zaragoza y su entorno, es activamente buscado por la Policía, que insiste en que las estaciones de servicio "se doten de medidas de autoprotección". En particular, la instalación de cajas de seguridad, tal y como recoge la estricta normativa del sector, es uno de los sistemas más efectivos.

La estación de servicio de Echegaray y Caballero tiene un largo historial que la convierte en la más atracada de la ciudad. Por su emplazamiento, en una vía de salida de la ciudad, y por posibles deficiencias en materia de seguridad, ha sido objeto de numerosos robos. En una ocasión, los ladrones huyeron en un coche que se hallaba repostando en la gasolinera, pero no se percataron de que había un bebé.

El suceso de la estación de Echegaray y Caballero vuelve a poner sobre el tapete el problema de la seguridad en las estaciones de servicio. Hace unos meses, el asesinato, todavía no resuelto, de un gasolinero de la localidad zaragozana de Maella disparó todas las alarmas en un sector que vive con una permanente sensación de peligro.

Joaquín Esteruelas, de 42 años, murió apuñalado en la madrugada del lunes 23 de septiembre de 2002. El autor o autores del hecho se dieron a la fuga tras apoderarse del dinero que había en la gasolinera, una pequeña cantidad que, sin embargo, sería encontrada horas después en las cercanías del establecimiento, que está ubicado a la entrada de la localidad, justo enfrente del cuartelillo de la Guardia Civil.

El crimen se produjo entre las 6.15 y las 6.30 de la madrugada, pocos minutos después de que Joaquín Esteruelas abriera la estación de servicio. La víctima recibió varias puñaladas en el tórax y quedó malherida. Recorrió cien metros en dirección al matadero municipal, posiblemente en busca de ayuda, y cayó en el arcén de la carretera, donde fue hallado posteriormente en medio de un gran charco de sangre. Presentaba un fuerte golpe en la nuca y, al parecer, tenía la cara desfigurada.

El sangriento suceso provocó la indignación de los habitantes de Maella, una tranquila población que linda ya con Tarragona.