Algunos preferirían haber estado "500 días más de vacaciones", como Pablo, un niño de segundo de Primaria. Otros estaban encantados de volver a ver a sus amigos y algunos, sobre todo los más pequeños, lloraban desconsolados al separarse de sus padres.

A las ocho y media de la mañana, media hora antes del comienzo de las clases, comenzaban a llegar los primeros niños al patio que comparten los colegios Doctor Azúa y Cesáreo Alierta en Zaragoza. Los más formales iban con sus mochilas a hacer la fila para entrar en clase según curso y letra y los más movidos se transformaban al entrar por la puerta del recreo. "Corre corre, tú vas en mi equipo", gritaba Nicolás, un niño de segundo, mientras se despegaba de la mano de su madre y recogía a todos los amigos que se cruzaban en su camino.

La mayoría de alumnos estaban encantados de volver al cole, más por ver a sus amigos que por estudiar, algo "muy aburrido" para Marta y sus amigas. Al llegar hablaban, entre gritos y el traqueteo de decenas de mochilas de carrito, de las vacaciones, de los logros alcanzados en los videojuegos y de cómo lo habían pasado en la playa.

Sin embargo, había un rincón del patio donde los niños no estaban tan felices. La fila de Infantil. Decenas de padres se agolpaban en la fila para acompañar a sus hijos en el primer día de colegio de sus vidas. La mayoría de niños luchaba por subir aupa o permanecían serios y callados en la fila sin despegarse de sus madres.La primera semana de curso, explicó Mariví, la tutora de los más pequeños, es de adaptación. Durante dos semanas vienen una hora y media para ver el funcionamiento de la clase.

Pero parecía que los más afectados eran los padres. No se atrevían a separarse de sus hijos. Todos les acompañaron hasta el interior del aula, incluso les hacían fotos y les grababan en video, algunos salieron prácticamente llorando. A lo mejor alargaban su estancia para evitar el atasco que se formó ayer en la Romareda por culpa del corte de dos de los tres carriles de la calle Asín y Palacios y el cierre de la calle Eduardo Ibarra, que tuvieron que soportar el ir y venir de coches y autobuses escolares.