Estoy seguro que muchos de ustedes habrán oído hablar en diferentes medios sobre la búsqueda de una movilidad de personas y mercancías que sea sostenible, segura y conectada.

La razón es que en la época en la que nos desenvolvemos, se considera que la movilidad es esencial para que las personas, empresas e instituciones puedan realizar o alcanzar sus objetivos. La movilidad está íntimamente vinculada a la libre circulación y a la facilidad de los desplazamientos, impactando de manera relevante en la calidad de vida de las personas.

Además, tenemos por delante los retos, climático y de la salud, que exigen la adaptación de los diferentes sistemas de transporte: carretera, ferrocarril, aéreo, marítimo y urbano, hacia una movilidad más limpia y optimizada. Contando para ello con las nuevas tecnologías digitales que proporcionan datos para facilitar los análisis de problemas concretos, y de paso se está intentando adaptar el marco jurídico para poner todas las propuestas al servicio de todo tipo de personas y generar un mayor valor social.

Ahora bien, a la hora de buscar soluciones a un problema determinado cada persona por individual o formando parte de un equipo de trabajo, tiene su propio punto de vista. En este caso, les cuento mi perspectiva.

El problema de la movilidad, es lo que se denomina un problema divergente. Este tipo de problemas, son estudiados por muchas personas competentes en el tema, que buscan respuestas que suelen ser al final distintas e incluso contradictorias, por lo que no convergen. En este tipo de situaciones la lógica lineal y ordinaria no sirve.

¿Cuál es la razón? La respuesta es que el problema de la movilidad desde el punto de vista formal es un sistema complejo ya que está compuesto por varias partes interconectadas o entrelazadas cuyos vínculos crean información adicional no visible ante el observador como resultado de las interacciones entre elementos. Es decir, el sistema posee más información que la que da cada parte independiente. Para describir un sistema complejo hace falta no solo conocer el funcionamiento de las partes sino conocer el funcionamiento del sistema completo una vez relacionadas sus partes entre sí.

Todos los sistemas complejos están formados por entes diversos que comparten propiedades, entre las que destacan que están conectados, son interdependientes, que evolucionan con el paso del tiempo, son adaptativos, y manifiestan propiedades emergentes, que es lo mismo que decir que hay no linealidad multinivel.

Entonces como se resuelve un problema complejo, la respuesta es trabajando en equipo de manera trans-multi-interdisciplinar, en la que no intervengan planteamientos ideológicos, intentando no ser el más guay, haciendo evolucionar soluciones anteriores, creando modelos más grandes que los que ya hay, observando los resultados, aplicando el método de prueba y error, y teniendo en cuenta siempre que el hecho de que los entes cambien no significa que vayan a mejorar.

Cualquier otra cosa es esperar a que el tiempo lo cambie todo, pero como diría el Dr. House … «eso es lo que la gente dice, pero no es verdad. Hacer cosas cambia las cosas. No hacer nada deja las cosas exactamente como están». A lo que podemos añadir la afirmación realizada por el industrial estadounidense Henry Ford (1863-1947) que decía: «La mayoría de las personas gastan más tiempo y energías en hablar de los problemas que en afrontarlos».

Para que se den cuenta de la influencia de detalles aparentemente nimios que influyen en el nivel de complejidad de lo que estamos hablando, se sabe que los factores socioeconómicos de los ciudadanos marcan grandes diferencias en los tiempos, las distancias, los medios de transporte y hasta en las franjas horarias de su movilidad en las grandes ciudades.

Es evidente que el problema de la movilidad genera de manera continua propuestas de soluciones creativas, tanto en el tiempo como en lugares diversos, y se supone que de todas ellas sobrevivirán las mejores y que estas serán asimiladas por el entorno global. No es que esa afirmación sea cierta siempre, pero así avanza la humanidad. Tal y como dice Einstein, «lo que sí es cierto es que el mundo que hemos creado es un proceso de nuestro pensamiento que no se puede cambiar sin cambiar nuestra forma de pensar».

Para terminar, recordemos que vivimos en una economía salvajemente liberal y competitiva, sobre la que sobrevuela eso intangible y antropomorfizado que los economistas llaman mercado, y que espero que algún día alguien nos lo explique. De ello, resulta que para hacer algo hace falta dinero, ni mucho ni poco, tan sólo lo suficiente. Y eso ya es harina de otro costal. Mientras, intentemos cambiar los hábitos y esperemos que nuestros dirigentes sepan avanzar de la manera más atinada, es decir, con conocimiento. 

*Catedrático de la Universidad de Zaragoza y Director de la cátedra Mobility City