La guerra civil es un acontecimiento que, pese al tiempo transcurrido, va para un siglo, siempre se está desenterrando. A veces literalmente, como ha ocurrido esta misma semana en la localidad de La Almolda, enclavada en la provincia de Zaragoza y perteneciente a la comarca de Monegros.

Durante los trabajos desarrollados por una brigada del ayuntamiento para la limpieza y eliminación de una antigua escombrera, los operarios encontraron por azar varios restos óseos difíciles de identificar junto a un trozo de cráneo que todavía conservaba distintas piezas dentales.

Había a su lado, envueltos entre la tierra y las piedras, tres casquillos de bala «muy oxidados, como a punto de desintegrarse», relata Manuel Lamenca, alcalde de La Almolda.

«Había una retroexcavadora moviéndose por esa zona de monte y, de repente, salieron a luz los huesos y esos restos de munición», explica el regidor. Los trabajadores se agacharon, estudiaron el terreno y escarbaron su superficie por si había más cosas dignas de interés.

Al comprobar que no se descubría nada nuevo, se avisó inmediatamente a la Guardia Civil, que envió una dotación que recogió todo lo hallado y lo envolvió para trasladarlo a Zaragoza con el fin de examinarlo. Todo indicaba que no eran unos restos recientes, pero había que comprobar qué eran exactamente y datarlos con precisión.

Un misterio

Quizá algún vecino pensara que había algo misterioso detrás del hallazgo. Había un detalle que estimulaba la imaginación, dado que la calavera partida y las vainas se hallaban en un espacio que, antiguamente, había sido un campo de tiro al plato. De ahí que urgiera averiguar qué hacían esos restos precisamente en ese lugar.

Pero pronto se supo que, por su aspecto, su degradado estado de conservación y el lugar donde aparecieron, procedían de la época de la guerra civil.

«No es algo totalmente extraño en La Almolda, habida cuenta de que la Columna Durruti estuvo en Monegros», comenta Manuel Lamenca.

 De hecho, las tropas comandadas por la legendaria figura del anarquismo español se instalaron en julio de 1936 en Bujaraloz, que está a escasa distancia de La Almolda.

Su objetivo era tomar la ciudad de Zaragoza, que había caído en poder del bando sublevado al comienzo del conflicto. Pero ese objetivo nunca se consiguió y las tropas leales a la República se estancaron en los páramos monegrinos, donde tomaron distintas localidades. Hubo represión, tiros y escaramuzas a escasa distancia de la sierra de Alcubierre, donde se libraron combates.

En ese contexto, algo pudo ocurrir en La Almolda. «Con el tiempo que ha transcurrido, la guerra es ya algo lejano para la mayoría de los vecinos», explica Lamenca.

Con todo, aquellos restos óseos despertaron interés entre los habitantes. Mentalmente se repasó si podían pertenecer a algún vecino muerto en la contienda, pero esta versión se descartó enseguida, apuntó el primer responsable municipal.

El fin de la historia oral

A medida que ha pasado el tiempo, la guerra se ha ido desdibujando para los almoldanos, como para tantos aragoneses. Solo unos pocos vecinos nonagenarios estaban vivos en aquellos lejanos años de la primera mitad del siglo XX, de forma que se puede decir que las fuentes orales y directas de aquel capítulo de la historia local casi han desaparecido del todo.

Eso obliga a hacer conjeturas, a tratar de darles un sentido a esos huesos desperdigados en la tierra con el fin de armar un relato. Pero Manuel Lamenca es reacio a ir más allá de los hechos demostrables.

De nada sirve pensar que pueden pertenecer a un soldado enemigo capturado o a un desertor que no tuvo suerte. O a un civil víctima de la represión. Lo cierto es que no se podrá avanzar nada en la determinación de la identidad de ese fusilado de la guerra civil española.

Pero, ya que los restos han sido desenterrados casualmente en el curso de unos trabajos de desescombro, se va a aprovechar para darles sepultura después de más de ocho décadas a la intemperie.

«Aún no se sabe con exactitud qué se va a hacer», informa Lamenca. «Si son devueltos a La Almolda, serán introducidos en el osario del cementerio», explica. Aunque también cabe la posibilidad, continúa, de que se aplique la misma solución en Zaragoza. Se cerrará así el círculo que abrió la pala de la retroexcavadora.