UNA CUEVA DILUVIAL EN LA CAVA BAJA. BREVE HISTORIA DE UN SOTANILLO DE TRANSICION MADRILEÑO

AUTOR: Enrique Cavestany

EDITORIAL: Fundación Enrius

Por La Mandrágora de Madrid pasaron cantautores de la talla de Joaquín Sabina y Javier Krahe, además de magos como Tamariz. En la corta historia de este bar madrileño, de 1978 a 1982, La Mandrágora sirvió de plataforma de despegue para numerosos artistas. El dueño de este mítico bar, Enrique Cavestany, recoge ahora su historia en el libro Una cueva diluvial en la cava baja. Breve historia de un sotanillo del periodo de transición madrileño , donde, en clave de exposición arqueológica el lector se encuentra con hallazgos como "la presencia de cantores y chantres responsables de la entonación".

A Sabina y a Krahe les pagaban 3.000 pesetas, a repartir a medias. El éxito vino después, de forma inesperada. "Monté un bar para hacer cosas y hacíamos historia sin saberlo", asegura Cavestany. "No queríamos hacer negocio y el problema es que no supimos hacer negocio".

En él proyectaron sus primeros trabajos directores como Pedro Almodóvar, paradigma, junto con Alaska, de lo que se ha calificado como la movida madrileña. "La movida tenía varias cabezas, no sólo a Alaska o Almodóvar --indica-- había un sector que era mayor, había viajado y admiraba a Brassens".

Y de este grupo de personas se nutría la animada vida de La Mandrágora. Una vez a la semana actuaban Sabina y Krahe, y también había espectáculos de magia, montajes eróticos, recitales de poesía. Sánchez Dragó presentó allí su libro Gárgoris y Hábidis y Rosa Montero recitó poetas disparatados. Al su escenarios también se subió Camilo José Cela con el romance de Gumersinda Cosculluela bajo el brazo o Joaquín Carbonell, el único aragonés, que grabó en sus instalaciones un disco pirata.

Pero el rotundo éxito de La Mandrágora llegó a la vez que el de Joaquín Sabina. García Tolano los invitó a un programa de la televisión y el bar comenzó a hacerse famoso.