Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) ha dado un salto casi tan sideral como el del protagonista de su último libro, un niño en puertas de la adolescencia fascinado por la llegada del hombre a la Luna. El escritor ha pasado de Manhattan a Mágina --esa ciudad imaginaria trasunto de su ciudad natal que ha servido de cobertura a buena parte de su obra-- regresando al punto de partida. Así ha vuelto a mirarse en el espejo de su experiencia para narrar en El viento de la Luna (Seix Barral), que muestra el difícil paso de la infancia a la edad adulta, en la España franquista.

El autor de El jinete polaco incluso bromea con el hecho de que haya tenido que irse a una gran ciudad para escribir "esta novela de pueblo". En su elaboración ha empleado dos años, los que ha pasado en Nueva York como director del Instituto Cervantes, donde llegó con su anterior libro, Ventanas en Manhattan, bajo el brazo. Esta última es la que más ha corregido en busca de ese "estilo seco" que desea afanosamente.

Para el autor de El jinete polaco tomar distancia con el que fue su pequeño mundo cotidiano durante décadas ha sido un "aliciente" para seguir con la tarea que se impuso hace 20 años, cuando publicó su primera novela Beatus ille: depurar el lenguaje, el estilo, incluso para que este no exista. "Estar en contacto con formas de escribir más austeras acentúa mi deseo de hacer la escritura más transparente y precisa", afirma el académico.

NATURALEZA EN LA LENGUA

En la poesía americana, añade a su reflexión, la naturaleza está muy presente en el lenguaje, y Muñoz Molina solo encuentra algún parecido en la obra de Antonio Machado. Su empeño de "someter" su escritura a una "limpieza" y "depuración" se debe a esa pasión por la racionalidad que tiene desde niño, frente al "oscurantismo" que presidió los 40 años de dictadura. "Me molesta mucho la vaguedad y la palabrería propia de países en los que no ha habido ciencia", señala el escritor andaluz.

Ese es el mundo en que se desarrolla El viento de la Luna, un ambiente rural de la España de los años 70 al que acaba de llegar la televisión y con ella, el futuro. Apasionado de la ciencia ficción en su adolescencia, el autor de Beltenebros rebusca en la memoria para extraer las imágenes que son comunes a toda una generación: el tenebrismo de la dictadura, que en el campo iba acompañado de atraso social, enfrentado a la brillantez del progreso del momento.

"La nostalgia es muy dañina para la literatura", manifiesta Muñoz Molina. Como en sus anteriores obras ambientadas en Mágina, él autor no se ha valido de ese sentimiento en El viento de la Luna. En todo caso, reconoce que ha basculado entre la nostalgia que produce el paso del tiempo y la memoria, que es "lo contrario a la nostalgia".

La dictadura franquista, con su pobreza, injusticia y totalitarismo, no fue atractiva para casi nadie. Sin pretender hacer un "manifiesto" político, Muñoz Molina ha reconstruido la imaginación y la mirada de un niño en aquel contexto. El proyecto Apolo y concretamente la llegada del hombre a la Luna fue para muchos la conexión con otro mundo o la evasión de la realidad. Para el autor era "el delirio futurista" en un país en el que, en su opinión, el futuro se convirtió en pasado con excesiva rapidez", concluye con un gesto serio.