Para muchos sigue siendo, e incluso fue en vida, únicamente la mujer de Pablo Serrano. Pero Juana Francés es una figura capital en el arte español del siglo XX. Quizá fueron precisamente su condición de mujer y la personalidad arrolladora de su marido las que llevaron a eclipsar con el tiempo su importancia en el contexto artístico del país, por más que fuese miembro fundador del grupo El Paso, que su obra se expusiese en los más destacados museos del mundo o que representase a España hasta tres veces en la Bienal de Venecia durante los años 50. Ahora, el Instituto Aragonés de Arte y Cultura Contemporáneos Pablo Serrano reivindica la figura de Juana Francés con la exposición de 35 obras pertenecientes a los fondos del museo, que legó la propia artista y que reflejan su visión sobre los valores de la pintura, el ser humano o la naturaleza.

"La exposición saca a la luz la investigación y el trabajo que el equipo del Pablo Serrano está realizando con sus fondos, y supone una gran satisfacción dar a conocer la obra de una mujer injustamente tratada, pero que cuando se habla de la abstracción y el grupo El Paso está ahí, dialogando con personalidad propia", señala Marisa Cancela, directora del museo Serrano.

TODAS LAS ETAPAS Así, la muestra repasa todas sus etapas a lo largo de cuatro bloques, aunque, como explica la restauradora del centro, Laura Asín, "no son etapas separadas, sino que puede verse cómo algunas prácticas artísticas van manteniéndose a lo largo de su trayectoria, de forma que se ve una coherencia tremenda en su discurso".

El recorrido comienza con las obra de los años 1953 a 56, en las que se observa la huella de los primitivos italianos precursores del Renacimiento y la pintura metafísica, influida por la formación académica recibida en la Escuela de San Fernando. Una etapa figurativa en principio que desembocará en una nueva estética orientada a la abstracción con rasgos geométricos.

De 1956 a 1963 Juana Francés se sumerge en la abstracción plena, en el informalismo. Trabaja con el lienzo en el suelo, el goteo de la pintura como técnica (dripping), el soporte como elemento plástico de la obra y con arenas y otros materiales como el ladrillo o el vidrio adheridas al cuadro.

Esta etapa acaba con juegos con el círculo que esbozan rostros deformes, que pasará después a desarrollar evolucionando hacia formas antropoides entre 1963 y 1980. Son los años de El hombre y la ciudad, en la que abandona el informalismo para abordar construcciones tridimensionales, con ventanas en las que aloja sus lienzos. Obras a caballo entre la pintura y la escultura en las que muestra extraños seres aprisionados, simbolizando la incomunicación del hombre en la sociedad. "Es su etapa más dilatada y también la más sombría, pues trasmite el descreimiento en la sociedad, en esa tecnología que debía liberarnos y sin embargo nos esclaviza", cuenta Laura Asín.

Por último, entre 1980 a 1990 regresa a la abstracción "retomando caminos ya explorados, pero con una actitud diferente, abandonando la pintura matérica y abordando la abstracción lírica, con formas dinámicas y coloristas", como en la serie Fondos submarinos y cometas.

En la muestra destacan además piezas fuera de contexto, como una de 1965 incluida en la última etapa para reflejar esa repetición de elementos comunes en su trayectoria; un cuadro sin título que pintó como ejercicio pero que nunca exhibió o el último lienzo que pintó, con el que concluye la muestra.

De esta forma, el IAACC no solo realiza "un homenaje" a Juana Francés, como apuntó el director general de Patrimonio Cultural, Javier Callizo, sino que recupera la figura de alguien fundamental para el centro, "pues fue presidenta de la Fundación Pablo Serrano que dio origen a este museo" y, además, culmina "el arranque del centro tras la reapertura", con las cuatro plantas en activo gracias a la muestra permanente del escultor que da nombre al edificio y la espectacular instalación de Stella y Calatrava inaugurada en mayo.