El hombre tranquilo (1952) es, por supuesto, un filme de John Ford, el más preciso en la reivindicación de sus ancestros gaélicos. Es también un filme de John Wayne. Tiene una fotografía en color muy especial, galardonada con un Oscar. Pero, ¿qué sería de El hombre tranquilo sin Maureen O'Hara, sin su primera aparición entre mágica y pastoral en el bosque, sin su obsesión por conseguir la dote que merece su personaje antes de la boda?

O'Hara, nacida en 1920 en la localidad irlandesa de Ranelagh, cerca de Dublín, y fallecida ayer en su casa de Boise, Idaho (EEUU), mientras dormía, a los 95 años, protagonizó 55 películas entre 1938 y 1991, aunque después de esta fecha hizo algunas apariciones televisivas. A su talento innato, instintivo, perfecto para el género cómico y el dramático, con notabilísimas fugas en el wéstern y el relato de bucaneros, unió una belleza especial: el rostro ahora dulce ahora irascible, y la melena cobriza que le confería una apariencia libre, firme y salvaje.

No ganó ningún Oscar, aunque en la última ceremonia de estos premios, celebrada el pasado mes de febrero, se le entregó el galardón honorífico por toda su carrera. Tampoco necesitó este tipo de laureles para cimentar una sólida carrera mediatizada por su fogosa presencia en El hombre tranquilo.

CAMBIO DE NOMBRE Pero no es O'Hara actriz de una sola película, aunque está tenga el peso de la historia que imaginó John Ford en los imaginarios y poéticos parajes irlandeses de Innisfree. Intervino en algunos filmes con su nombre original (Maureen FitzSimmons) hasta que en 1939 tuvo la oportunidad de protagonizar dos producciones importantes a uno y otro lado del Atlántico. Alfred Hitchcock la dirigió en su última película británica, La posada de Jamaica, y meses después intervenía en Esmeralda, la zíngara, excelente versión de El jorobado de Notre Dame.

¡Qué verde era mi valle! (1941), hermosa y triste historia de mineros del País de Gales, Río Grande (1950), El hombre tranquilo, Cuna de héroes (1955) y Escrito bajo el sol (1957) --posiblemente la mejor interpretación de la actriz, en el papel de la esposa de un héroe de guerra inválido que se convirtió en guionista-- certifican la espléndida asociación entre O'Hara y Ford.

También el Jean Renoir de la antinazi Esta tierra es mía (1943) supo sacar partido de sus cualidades dramáticas. O'Hara se convirtió en una de las reinas del Technicolor de los 40 y 50. Cromático y exultante, el sistema casaba como anillo al dedo con su físico. No es de extrañar que uno de sus coloristas filmes de esta década llevará como título en España el de La pelirroja de Wyoming (1953).

ACTIVA Se movió siempre bien en el terreno de la aventura, como demuestran sus prestaciones en El cisne negro (1942), The Spanish main (1945), Simbad el marino (1947) o La isla de los corsarios (1952). De hecho, O'Hara era ideal para personajes muy activos, fuera en clave aventurera, dramática o distendida. Era una actriz en pleno y total movimiento, agitada, decidida, emprendedora.

Uno de sus últimos papeles importantes fue en Nuestro hombre en La Habana (1959), según la novela de Graham Greene. Después aceptó protagonizar el debut de Sam Peckinpah, The deadly companions (1961). El mismo año intervino en una comedia familiar muy célebre en la época, Tú a Boston y yo a California. La otoñal El gran Jack (1971), su último encuentro en pantalla con John Wayne, supuso una de sus últimas apariciones de entidad. Poco a poco fue espaciando sus intervenciones tanto en cine como en televisión, retirándose de las pantallas con la misma dignidad con la que había aparecido en ellas.

Charles Laughton, su pareja masculina en ambas películas, fue quien la descubrió, le sugirió el nombre artístico de O'Hara y se la llevó a Hollywood. Después de Laughton, John Ford fue su otro gran valedor.