Que la cultura esté viviendo probablemente sus dos peores años de la historia por causas además totalmente ajenas a ella es un asunto que está ya muy abordado (aunque bien es cierto que conviene no olvidarlo para que no desaparezca de la agenda) pero igual esta pandemia y el tsunami que ha provocado puede servir para reabrir un debate que, por lo que sea, nunca se ha tomado en serio, el de la renovación del público. La realidad es que el perfil del público medio que suele acudir a los eventos culturales es el de mujeres de mediana edad. Basta con ir a cualquier coloquio, mesa redonda, club de lectura, librerías, salas de cine... Quizá es en los conciertos donde el público es algo diferente pero, aunque afortunadamente y tímidamente la cosa estaba cambiando en los últimos tiempos, es (espero que era) bastante raro encontrarse a un público joven (me refiero a veinteañeros) en una sala de conciertos. Algo que debería ser preocupante y que, evidentemente como casi todo lo que sucede, no tiene solo una causa. A veces, la programación no se ha hecho pensando en los nuevos tiempos, los precios tampoco ayudan aunque también hay un componente de nuevos tiempos en los que la socialización ya no se hace a la vieja usanza. ¿Se puede cambiar eso? Sí, con mucho trabajo. ¿Debemos hacerlo?Entiendo que sí, nos va mucho en crear una sociedad con hábitos culturales saludables y críticos.

Como decía, más allá de la música, el problema generacional cultural está extendido a todo el sector. Domingo por la tarde (18.15 horas). Cines Palafox. Proyección de La tragedia de Macbeth, de Joel Coen. Apenas diez personas en la sala y solo una, a priori, bajaba de los 45 años. Y sí, mayoría de mujeres. Es cierto que, sin embargo, en otra sala, con El callejón de las almas perdidas, de Guillermo del Toro, había mucho más público pero con una similitud, escasez de espectadores jóvenes. Probablemente se me dirá que es problema de la película, que si uno entra en, por ejemplo, Spider-man, la sala estará lleno de gente, niños incluidos. Puede ser. Pero creo que el debate debería estar en otro punto. Claro que son necesarias películas como Spider-man u otras con el mismo tirón de enganche entre los espectadores pero en lo que yo quiero hacer énfasis en la necesidad de crear hábitos culturales críticos y saludables en todas las franjas de edad. Y eso pasa por creer en una sociedad con valores y con respeto hacia el trabajo de los creadores. De nada sirve llenar los cines para ver una gran producción si luego otras propuestas no reciben el cariño del público porque sabemos cuál es el resultado final de todo eso, la homogeneización del discurso.

Yo no tengo la varita mágica pero me preocupa el hecho de que se haya consolidado un perfil de público cultural en el que hay muchas ausencias y lo que realmente me aterra es que no sé si se está a tiempo de cambiarlo y lo que es peor, si se está haciendo todo lo posible por, al menos, intentarlo. Como decía, el problema no son las presencias sino las ausencias y que la vida en sociedad implica una serie de valores y de reflexiones con el pensamiento que vienen provocadas en muchas ocasiones por una cultura viva y fuerte. Y eso, en el siglo XXI, pasa por el apoyo de la masa popular y por el sostenimiento de un sector público que debe apostar para la manutención de ciertas infraestructuras que sirvan como cama elástica en los duros aterrizajes que a veces tiene que soportar un sector como la cultura. Por cierto, dos años después, las salas aragonesas siguen sin poder programar conciertos con asiduidad y normalidad.