Mientras los olores propios de un jardín impregnaban el ambiente, de espaldas a las exuberantes yeserías que cubrían la arquería de origen musulmán, entre el estanque y el salón del trono del gran al-Muqtadir, en aquel patio de ensueño de la Aljafería, llamado hoy en día el «Patio de Santa Isabel»; en 1271 nació la infanta Isabel de Aragón.

Su nombre fue puesto en un acto de estima hacia su tía abuela Isabel de Hungría. Ambas fueron santificadas y es difícil discernir qué hay de cierto y qué hay de fábula en su historia, ya que sus vidas y milagros son muy similares. En ocasiones no sabemos hasta qué punto esto es así porque nuestra infanta siguió el ejemplo de su pariente tocaya o porque con el paso de los siglos quienes escribieron sobre la vida de ambas santas, al llamarse igual, confundieron y mezclaron sus biografías.

Boda con Dionisio I de Portugal

El 11 de febrero de 1280 se acordó en Barcelona la boda de esta princesa con el violento rey Dionisio I de Portugal. Es por eso que aquí se la conoce como Santa Isabel de Portugal. No debería extrañarnos que en nuestro país vecino la denominen Santa Isabel de Aragón, pues los santos tienen dos patrias, una donde nacen y otra donde mueren, y es muy común en diferentes ciudades del país vecino como Oporto y Coimbra encontrarse referencias a ella e incluso su escudo nobiliar, en el cual estaban por supuesto las barras de Aragón.

Ordenó la construcción de hospitales, escuelas gratuitas y refugios para huérfanos, además de un buen número de conventos

Fue madre del futuro Alfonso IV de Portugal y de la infanta Constanza, que se casó con Fernando IV de Castilla, siendo esta última madre y regente de Alfonso XI de Castilla. Isabel se dedicaba a atender a los enfermos, ancianos y mendigos, para los que ella misma confeccionaba ropa. Ordenó la construcción de hospitales, escuelas gratuitas y refugios para huérfanos, además de un buen número de conventos. Incluso llegaba a repartir parte del tesoro real entre los pobres.

La tradición cuenta que en cierto momento fue sorprendida por su marido Dionis llevando pan en su delantal a los pobres y que este pan, en pleno mes de enero cuando nada había florecido, se convirtió en rosas. Otras versiones nos cuentan que lo que llevaba Isabel en sus ropajes era dinero del tesoro real, pero que al obligarle su esposo el rey a mostrárselo, aquellas monedas se convirtieron también en rosas. De ahí en adelante, su esposo le permitió continuar con sus labores caritativas. Idéntico milagro fue atribuido a su tía abuela Santa Isabel de Hungría, a Santa Casilda de Toledo y a San Diego de Alcalá.

A lomos de una mula se interpuso rezando en el campo de batalla entre los ejércitos de su marido y de su hijo

Lo curioso es que en general esta historia es bastante conocida así como su canonización como santa allá por el siglo XVII, pero en cambio apenas se cuenta la gran importancia que tuvo Isabel en la política de su época, en la cual llegó a intervenir de forma activa. Por medio de su marido llegó a conciliar a su yerno Fernando IV de Castilla con su hermano Jaime II de Aragón en las paces de Campillo, adquiriendo la Corona de Aragón las tierras de Alicante. A lomos de una mula se interpuso rezando en el campo de batalla entre los ejércitos de su marido y de su hijo, que se disputaban el trono, frenando así el combate.

Peregrinación a Santiago

Tras enviudar, se dirigió a Santiago de Compostela en un viaje de peregrinación en el año 1325. A su vuelta ingresó en el convento de Santa Clara-a-Velah de Coimbra que ella misma había fundado y que todavía hoy se puede visitar, o al menos las ruinas que quedaron, pues la ciudad también quedó muy afectada por el famoso terremoto que asoló Lisboa en 1755. En dicho convento se pueden ver de hecho en sus salas de exposición numerosos objetos cerámicos con el escudo de los Aragón, la familia en la que Isabel había nacido. No descansó mucho tiempo, pues tuvo que volver a mediar entre familiares, esta vez entre su hijo Alfonso IV de Portugal y su nieto Alfonso XI de Castilla, trasladándose una vez más al campo de batalla en Castilla. Consiguió lo que se proponía, que era evitar el conflicto entre sus allegados, pero en su viaje de regreso murió en la ciudad portuguesa de Estremoz el 4 de julio de 1336.