Las salas de conciertos han sido uno de los sectores más afectados por la pandemia. Frente al obligado parón, la sala Creedence decidió plantear un nuevo modo de vida: aparcados los conciertos –aunque ahora están de vuelta–, Mike Ramón y su equipo apostaron por una experiencia educativa. Desde hace casi dos años, en la Creedence, aparte de dar conciertos, también se enseña a darlos.

«Teníamos que hacer algo para mantener viva la sala», cuenta Ramón, que celebra que los tiempos de restricciones de aforos y limitaciones al consumo hayan pasado, o eso parece, a mejor vida. «Teníamos mucho equipamiento y mucho espacio para afrontar un proyecto como este», cuenta el gerente de la sala, mientras pasea por los despachos y camerinos reconvertidos a pequeños estudios de percusión, guitarras o piano.

La experiencia de la escuela no deja a nadie fuera, porque han querido montar «un espacio en el que se puedan aprender todos los estilos de música». Tampoco la edad es una limitación: «Tenemos alumnos de todas las edades y de todas las condiciones». De carrerilla, Ramón enumera a «niños aprendiendo, mayores que están recuperado los hábitos musicales perdidos y jóvenes, de entre 15 y 21 años, que están a punto de dar el salto al panorama musical». Una experiencia hasta ahora «encantadora» y que seguro que seguirá con el fin de la pandemia: «Queremos mantener todo lo que se ha avanzado en estos dos años».

En la Creedence, por otra parte, sigue primando el concepto de sala musical. Los más de cuarenta alumnos que aprenden en este recinto de la plaza San Lamberto pueden conocer gracias a sus profesores aspectos que, quizá, otras escuelas no pueden enseñar. «La imagen que queremos mostrar es la de una escuela que ofrece una vivencia educativa dentro de una sala de conciertos», especifica Ramón, que no ve en esta iniciativa una educación reglada, pese a que casi todos los profesores participantes son titulados por el conservatorio.

Mike Ramón es el gerente de la sala Creedence, e impulsor de esta iniciativa educativa. Jaime Galindo

La educación que Ramón y el resto del equipo de Creedence plantea está dirigida a la vertiente artística de la música. «Lo que buscamos es que el alumno aprenda a desarrollar lo que un artista hace sobre el escenario», describe el gerente de la sala. Una experiencia sobre las tablas que ayuda, sin duda, al futuro músico: «Muchas escuelas estadounidenses hacen un ejercicio similar».

¿Y cuál es ese ejercicio? Que al menos uno de los ensayos de la semana se realicen sobre el escenario y con público. Una actividad perfecta para perder los nervios y coger tablas, «aunque siempre están arropados». La evolución de esta iniciativa llegará con el buen tiempo, como explica Ramón: «Cuando haga mejor temperatura, haremos estos ensayos públicos en la plaza».

 Las salas en la sociedad

Más allá de la propia estabilidad de las salas de conciertos, los nuevos proyectos de estos recintos también vienen marcados por su imagen dentro de la sociedad. «Hemos notado durante la pandemia que las salas pintaban poco», lamenta Ramón, que ha sentido que el papel de recintos como Creedence se reservaba «al mundo de la noche». Por ello, la creación de una escuela como esta puede hacer a partir de ahora las salas tengan «un trabajo más cercano a la sociedad».

La evolución es una constante y, por ello, no reniegan de ningún estilo: «Creemos que es bueno que las nuevas músicas urbanas entren también en las salas de conciertos».

Las inscripciones para la escuela de música de Creedence se pueden hacer a través de sus redes sociales y de su página web.