La escritora y periodista Inés Martín Rodrigo ha presentado este martes en el salón de actos de la Caja Rural de Aragón de Zaragoza su novela Las formas del querer (Destino), el libro con el que ha conquistado el último Premio Nadal. Martín Rodrigo, que ejerce de periodista en la sección de cultura del diario Abc, ha charlado en la presentación con la escritora aragonesa Irene Vallejo. Antes lo ha hecho con este diario sobre una novela que demuestra que sumergirse en las heridas del pasado puede ser tan doloroso como «terapéutico y catártico».

¿Hasta qué punto la realidad y la ficción se hilvanan en ‘Las formas del querer’? 

Creo que la literatura es un juego de espejos entre la realidad que habita el escritor y la ficción que inventa. Y en esta novela he llevado ese juego todo lo lejos que he podido. La historia que Noray (la protagonista) narra en la novela que hay dentro de la novela tiene mucho que ver con mi propia historia y mi pasado familiar, pero también con la de otras muchas familias españolas de los últimos 80 años. Al final, he tratado de partir de lo personal para intentar convertirlo en algo más o menos universal, que es lo que trata de hacer siempre la literatura. 

La muerte está muy presente en la novela. ¿Ha querido escribir sobre su relación con ella a modo de terapia?

Creo que deberíamos reajustar la relación que tenemos con la muerte porque es evidente que forma parte de nuestra vida. Yo, por desgracia, he estado muy en contacto con ella. Perdí a mi madre cuando tenía 14 años y eso me marcó para siempre. En ese sentido, es cierto que la escritura de esta novela ha sido bastante terapéutica para mí. Ha sido una especie de catarsis que me ha permitido reconciliarme con ciertas partes de mi pasado que permanecían en la oscuridad y que he logrado iluminar al escribir la novela. No me ha sanado porque hay heridas que no se cierran nunca, pero sí que ha sido terapéutico y catártico. 

¿La escritura es una tabla de salvación para usted?

La literatura en sus dos formas, tanto leer como escribir. Para mí, las palabras siempre han sido el mayor refugio, ese cobijo en el que me he escondido cuando la vida me daba golpes, que ha sido con bastante frecuencia. Y eso es lo que le pasa también a Noray.

"Hay heridas que no se cierran nunca, pero escribir esta novela ha sido terapéutico para mí"

La biblioteca de Filomena es lo que anima a Noray a ser escritora. ¿Quién le animó a usted?

Mi madre era profesora y nos puso en contacto a mi hermana y a mí con la literatura desde muy pequeñas. ¿Por qué escribo yo? Pues hay tantas razones... En el caso concreto de esta novela, para mí, ha sido una necesidad. Necesitaba contarme esta historia para poder responder a preguntas que probablemente ni siquiera tengan respuesta, pero que era necesario que me las planteara. La escritura de este libro surge de la necesidad de narrarme a mí misma.

La importancia de la salud mental sobrevuela la novela.

No nos damos cuenta de que hay que cuidarla igual o más que la salud física. Quería que esto estuviera en la trama porque para mí era importante plantear ese debate. La literatura es una herramienta muy válida para tratar temas que de otra manera no nos atrevemos a plantear. El tema de la salud mental aún lo tenemos pendiente de abordar como sociedad. Se han roto algunos tabúes pero el estigma sigue ahí. No hablamos con normalidad de la depresión, la ansiedad, el suicidio o la anorexia. El hecho de acudir a un psicólogo debería ser igual de natural que ir a un dentista.

¿Las novelas que cita Noray en su libro son también importantes para usted?

Sí, por supuesto. Volvemos al juego de espejos. Para mí ha sido inevitable nombrar Los Buddenbrook , de Thomas Mann, a Philip Larkin o a Joan Didion. Al final, son los libros y los autores que yo amo y que me han configurado como persona. Es mi pequeño y particular homenaje a la literatura, que es lo que me ha salvado.

¿Le costó encontrar el título? ¿Cuántas formas de querer hay?

Decidí el título una vez acabada la novela, cuando la volví a leer. Llegué a él de una forma muy natural, porque al final lo que describe la novela son las formas infinitas de querer. Cada personaje encarna una forma diferente. 

Abordó la novela en el inicio de la pandemia. ¿La sensación de incertidumbre que se vivió en esos meses le llevó a afrontar sus recuerdos más personales?

Influyó mucho. De hecho, fue el catalizador absoluto. Yo empecé a escribir la novela en marzo de 2019, pero la irrupción de la pandemia cambió su escritura y la transformó por completo. Necesité echar la vista atrás y tirar de mi memoria, probablemente porque sentí una sensación de inseguridad tan absoluta que me agarré a lo que sabía que no me iba a fallar: mis recuerdos, mis orígenes y mi memoria familiar. Todo eso se filtró en el libro, que es como es porque está escrito en ese momento. 

¿Ya está pergeñando otro libro?

Están siendo unas semanas muy intensas desde lo del premio (ríe). Lo que sí tengo claro es que no habrá una continuación de Las formas del querer.

¿Cuánto hay de la Inés periodista en la Inés escritora?

Nada. Siempre digo que somos autoras diferentes. Tengo claro dónde está la frontera entre el periodismo y la literatura, y si no fuera así creo que sería perjudicial para los dos oficios.