El Periódico de Aragón

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CRÍTICA MUSICAL

Los discos de Javier Losilla: Hombres de las tabernas, mujeres audaces

Bladimir Ros, Juan Perro, Brad Mehldau, Rokia Koné, Catherine Graindorge e Ibibio Sound Machine, en danza

Portada del disco de Bladimir Ros.

Creo que es al filibustero Henry Morgan a quien debemos este aserto hedonista: "He nacido para el ocio y para beber en una taberna". Sigamos pues al pirata Morgan y libemos sabrosos y rítmicos licores sonoros, en consonancia con la audacia de otras capitanas de sinuosos barcos musicales. ¡Icen velas, y al lío!

Entre humos, nocturnidades y melancolías transita la música de esos traficantes de emociones que juntos responden por Bladimir Ros, combo zaragozano formado por Ros Beret (voz), Carlos Chauan (guitarra), Sergio Pons (guitarra acústica) y Roberto García (batería). La batalla por las tabernas (Discos del amor y del odio) es su segundo y revulsivo álbum, un artefacto de difícil taxonomía que saluda a golpe de banda sonora con un tributo instrumental a Nino Rota, y se despide con un inquietante Solsticio de ritmos cruzados y guitarras afiladas; una plegaria que zumba como un nido de abejas. Y en medio, piezas como Juárez, de ambiente fronterizo; la arrebatadora El chatarrero, en la que una trompeta y un piano de jazz asoman entre las ruinas sonoras en una suerte de cabaret decandente, repleto de blues, vals y declamaciones teatrales (no en vano, Ros Beret, de voz arenosa, es un bululú, un contador de historias y letras narrativas para las canciones); Tusitalia es una canción tabernaria por excelencia; Volodya nos traslada a la Rusia empapada en vodka de Vladimir Vysotski; Mateo es una historia más negra que la España negra, cuya música bien podría firmar Warren Ellis; Fimfárum es una pieza de atmósfera festiva, con aires tropicales, de canción italiana y de exótica... Son solo algunos ejemplos de un elepé doble que cuenta con colaboraciones notables y coloca a Bladimir Ros en el claroscuro de todas pasiones.

El bar de Juan Perro se llama Libertad (La Huella Sonora) y llega sonero en Quemando caña . Es un local, con banda incluida, de claro sabor vintage, tanto en las referencias musicales como en el sonido. Así, Auserón (¿heterónimo de Juan Perro o al revés?) ejerce de crooner en La última rosa; transmuta en Benny Moré en Gibara, un vaivén de bolero-jazz-danzón; el jazz de los años 30 se enreda en piezas como Collar de cuentas y Magnolia (aquí los arreglos de clarinete tienen un regusto a lo que Brian Ferry hizo en Bitter-Sweet con las canciones de Roxy Music), La noticia es una hermosa balada de tiempos medios, Sueño retoza en el bolero-son, la pieza que titula el disco juega al escondite con el jazz y el blues, y La ley del camino y Extraños deseos retoman, con otros acentos, el funky-punk de Radio Futura. Libertad, con Joe Dworniak (La canción de Juan Perro) en la producción, tiene el encanto de de un salón en el que se bailan la memoria y los sueños.

De la música clásica al jazz

Al jazzman Brad Mehldau el rock progresivo lo condujo a la música clásica y ésta, al jazz. Ahora, en Jacob’s Ladder (Nonescuch) recuerda sus pulsiones de antaño y se descuelga con un disco híbrido y oblicuo, todo un singular homenaje al rock y al jazz progresivos. Sí, hay piezas propias como la tremenda Herr und Knecht, improvisaciones y jazz atonal, pero las músicas de Rush, Gentle Giant, Periphery y Yes recorren un álbum vigoroso, con voces singulares y acompañantes de altura.

A Rokia Koné, de Malí, la conocimos formando parte de ese excelente y provisional colectivo artístico llamado les Amazones d’Afrique. Ahora, con el apoyo del músico y productor irlandés Jack nife Lee (exguitarrista del grupo punk Compulsion), ha grabado Bamanan (Real World), un trabajo hermoso en el que las tradiciones sonoras de su país conviven con miradas actuales y transfronterizas. En él recupera Mansa Soyari, que registró con Les Amazones, y emociona con la balada N’yanyan, cantada con acompañamiento de piano eléctrico. Koné, con textos comprometidos y músicas sin tiempo, marca huella en el devenir africano del siglo XXI.

Eldorado (Glitterbeat), segundo disco de la violinista belga Catherine Graindorge es un hermoso trabajo crepuscular, alejado del oropel de la ciudad mítica. Cuerdas con tratamiento electrónico y armonio dan forma a una propuesta producida por John Paris (Nick Cave, Mark Lanegan). La pieza Ghost Train conecta con Laurie Anderson, y no falta un tributo a Brian Eno.

La nigeriana Eno Williams lleva la voz cantante en Ibibio Sound Machine, formación que presenta Electricity (Merge Records / Popstock!), su cuarto álbum. Electrónica y africanía arman un mosaico sonoro que ancla sus raíces en el funk y la música disco de los años 70 y en el pop sintetizado. Hot Chip firma la producción, y la voz de Williams es el gran catalizador de todas las referencias presentes. 

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