El Periódico de Aragón

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EN MOZOTA

Javier Losilla, en El Bosque Sonoro: El lobo López y el lobo feroz

Kiko Veneno y Niño de Elche actuaron en la tercera jornada del festival

Kiko Veneno, en el concierto que ofreció el domingo en El Bosque Sonoro. Javier Rosa

Fuimos a Mozota, el domingo, a la tercera jornada del festival El Bosque Sonoro buscando a Caperucita con su cesta de viandas, pero no la vimos. La abuelita tampoco apareció. Como contrapartida nos topamos con dos lobos: el lobo López (Kiko Veneno) y el lobo feroz (Niño de Elche). Y fue estupendo que pudiésemos dar la vuelta al cuento. Con esa pieza, Lobo López, abrió Veneno su actuación en el escenario grande situado en la algo polvorienta explanada del recinto.

Comenzó algo renqueante Kiko, pero pronto, prontísimo recupero pulso: en la segunda canción, ni más ni menos, una vibrante Memphis Blues Again, a la que siguieron La higuera y Lo que importa eres tú. Y como en los festivales el tiempo apremia, Kiko no perdió tiempo: hizo con acierto el programa previsto, que subió de tono en el tramo final, y a otra cosa. Así, sonaron Dame veneno, Los tontos (su colaboración con C. Tangana), Hambre, Echo de menos, Luna Nueva y En un Mercedes blanco. Este hacedor de canciones tan peculiares como sugerentes es un valor seguro y mal tienen que ir las cosas para que sus directos no tengan interés. No fue el caso. Y tras marcharse este lobo nos internamos en el bosque, un coqueto refugio arbolado que sustituyó al primer escenario previsto (la iglesia de Mozota), que no gustó al arzobispo de Zaragoza.

Comprendo al arzobispo, pues Niño de Elche es el lobo feroz de este cuento, y claro, igual le da por trincarse la imaginería religiosa del tempo mozotino. ¡Señor! De manera, que todos al bosque, custodiados por los mosquitos, que revoloteaban en el escenario como duendecillos. Niño de Elche actuó acompañado por ese guitarrista heterodoxo que lo mismo le aplica un ventilador al instrumento que lo hace sonar gozosamente desnudo (el instrumento, no él): Raúl Cantizano.

Niño de Elche, en el concierto que ofreció el domingo en Mozota. Javier Rosa

Como todo lo que se diga sobre qué hace Niño de Elche no escapará del tópico manido, no insistiré en que su canto es cante, pero mucho, mucho más. Y ese canto que es cante, pero mucho más transita por los grandes recovecos del sentimiento, de la memoria y del provenir. Canto, grito, onomatopeya, ruido, gesto. Con Los esclavos, pieza que invitaba al recogimiento y a la escucha (un buen truco para que público fijara su atención y tal vez un guiño a la perdida iglesia) se tragó el primer mosquito; comenzó su actuación, quiero decir. Vinieron luego Flor-canto; la tremenda Informe para Costa Rica (del ya lejano Voces del extremo); su personal y brutalista recreación de Deep Song, de Tim Buckley; Fandango cubista de Pepe Marchena, y Caña por pasodoble de Rafael Romero El Gallina, festiva pieza que a su término nos dio ganas de cantar "Al lobo no tememos, tralarí, tralará". Pero cualquiera se fía de un tipo que canta como los ángeles y engatusa como los demonios. ¡Ja!

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