Entre cerrar una etapa recreándose en el dolor u ofrecer una última dosis de entusiasmo y honor, David Villa eligió esta última opción. Porque, además, iniciaba otra fase de su carrera, la final, la del declive, en las antípodas de lo que ha sido hasta ahora. Y a las antípodas se va con una maravillosa carta de presentación: la del gol de tacón que marcó a Australia, su próximo destino. Los aficionados del Melbourne City ya celebran la llegada del máximo goleador histórico de España, emblema destacado de un ciclo.

No pudo reprimir Villa, sin embargo, una mueca de tristeza cuando fue sustituido por Del Bosque, a modo de homenaje de despedida y también en un gesto de deferencia --el seleccionador dijo que piensa en todos-- a Juan Mata, que no había disfrutado de un minuto. El único que no tuvo la fortuna de ser elegido en una alineación repleta de suplentes: solo cuatro titulares de los otros dos partidos repitieron.

Con el mismo espíritu de Villa salió Iniesta, epicentro de todo lo bueno que hizo España. Ejerciendo de mediapunta, en el centro geográfico del equipo, repartió caramelos para todos. El primero se lo dio a Juanfran, que subió la banda como un extremo y tiró el pase atrás a Villa en un clamoroso error defensivo australiano que justifica su eliminación. Iniesta asistió luego a Torres, que mejoró el papel de Diego Costa como punta en eficacia con el gol, que no en juego.

No era de esperar que España brillara el último día, y menos cuando Del Bosque opuso un once que en la jerga del fútbol se conoce como el carro del pescado. Hasta Albiol jugó. También se estrenaba Villa en lo que supuso el cierre de su etapa en la selección (a no ser que Del Bosque le llame a tres partidos para que El Guaje llegue a los 100 como Puyol). Se despidió desde el campo, como debe ser. Xavi siguió sentado.

Y CESC SE APUNTA Iniesta salió con la sana voluntad del niño que solo quiere jugar y contagió a los demás. Costó que los demás le siguieran, aunque muchos disponían de su primera y última oportunidad de participar en el Mundial. Pero persistió, superando incluso la dificultad del mal estado del campo. Ese espíritu que impregnó también a Cesc, perdonado por Del Bosque, y que lanzó otro caramelo a Mata para que la deprimente despedida del Mundial fuera más digerible. Cesc es de los que no se despiden, pero está obligado, como cualquiera, a conservar su puesto en el equipo.

DOMINIO POR INERCIA Dominó España casi por la inercia de la superior categoría sobre una Australia que acabó como se esperaba: con tres derrotas. Sin Gary Cahill, sancionado, carecía de suficiente entidad ofensiva para crear algún problema. Ni se acercó Australia en una jugada mínimamente ligada, en parte porque Koke hizo un gran trabajo junto a Alonso en el círculo central y Cazorla estuvo más pendiente de evitar que le pillaran en falso. No se soltó hasta la segunda mitad. Cuando miró a Iniesta. Únicamente la irregularidad del campo impidió que España pudiera crear más ocasiones, con Reina de espectador.