El Periódico de Aragón

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Una experiencia inolvidable

Un monumento de viaje

Cuatro aragoneses viajaron a Francia y Bélgica a disfrutar de la París-Roubaix, una de las 5 grandes clásicas del ciclismo. «Ahora ya sabemos lo que es el infierno del norte», dice Alberto

De izquierda a derecha, Chema, Víctor, Alberto y Joserra posan ante decenas de maillots en un bar.

El pavés en el ciclismo es uno de los temas recurrentes y más conflictivos en los debates ciclistas. Con él no hay término medio. O se ama o se odia. Cuatro amantes aragoneses del ciclismo decidieron el pasado fin de semana descubrir su propia impresión. Y por lo visto son del primer grupo, porque varios de ellos tuvieron el honor de besarlo. Esta es la historia de una semana de pura pasión que finalizó el pasado domingo con el sueño de poder disfrutar in situ de la París-Roubaix, una de las 5 grandes clásicas del mundo del ciclismo, también llamados monumentos.

Un grupo de amigos a los que el atletismo les dio la oportunidad de conocerse y el ciclismo les ha unido todavía más. De edades comprendidas entre los 33 y 57 años, Chema, Joserra, Víctor y Alberto alquilaron una caravana, con sus bicicletas a bordo por supuesto, y se lanzaron a la aventura. «Víctor y yo fuimos hace dos años a presenciar la Lieja-Bastoña-Lieja, otro monumento, y desde entonces llevábamos planeando este viaje», confiesa Alberto Galán, uno de ellos. A la expedición se sumaron el resto de pasajeros y partieron el martes. La primera parada fue el miércoles en el Brabante Flamenco, Bélgica, donde ese día se disputaba la Flecha Brabanzona, una clásica de menor entidad pero la mejor forma de ir calentando motores. 

Jueves y viernes los dedicaron a hacer turismo por diferentes lugares del país belga, cuna del ciclismo. Una parada obligatoria fueron los característicos muros por lo que transita el Tour de Flandes, otra prueba de las grandes, incluyendo la zona donde se ubica la línea de meta. Pero ver los lugares que tantas veces han podido observar por televisión no era suficiente para ellos, que querían ponerse en la piel de los ciclistas y ser protagonistas por un día, así que el sábado se apuntaron a la cicloturista de la París-Roubaix, de 70 kilómetros. «Estamos acostumbrados a pruebas como la Quebrantahuesos, así que pensamos que esa distancia era asequible para nosotros», asegura Alberto. Y estaba en lo cierto, la distancia no fue el problema, pero la dureza del recorrido sí. «Es que el pavé es otro mundo, no siempre las grandes pendientes son lo más complicado» exclama el aragonés.

"El pavé es otro mundo, hay que tocar esas piedras para hacerse a la idea"

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Problemas mecánicos, pinchazos y caídas. No sin sufrimiento, pero los cuatro consiguieron terminar la prueba. Eso sí, en cuanto acabaron tuvieron que hacer una visita al hospital ya que Joserra, el peor parado de los cuatro, sufrió un corte en la cara que requirió de varios puntos. Un rasguño que compensó con la oportunidad de haber vivido la experiencia. «Ahora ya sabemos lo que es el infierno del norte. Lo hemos sufrido en nuestras carnes. Hay que tocar esas piedras para hacerse a la idea», dice entre risas Alberto. Y es que ese es el nombre con el que se conoce popularmente a la París-Roubaix, por su dificultad y dureza.

Una religión  

El domingo, turno para los profesionales. «Comprobar a la velocidad que van cuando te pasan a dos palmos de la cara es impresionante. Y más cuando el día anterior habíamos pasado por allí nosotros y sabíamos lo que cuesta», explica Joserra, que quedó impresionado con las caras de sufrimiento con las que se les veía a los ciclistas: «Se nota que lo pasan realmente mal». Pero más que de la carrera en sí, los cuatro amigos quedaron impresionados con el ambiente que se forma alrededor de la prueba. «En esa zona, la frontera entre Francia y Bélgica, el ciclismo es una religión y el día de la París-Roubaix se vive como si de una fiesta nacional se tratase. La pasión con la que se vive allí es única y no es comparable con la de otros países, igual con Italia», afirma Joserra. Y precisamente en ese país es al que apuntan para vivir otra aventura, en la Milán-San Remo o el Giro de Lombardía. «No hemos llegado a casa y ya estamos pensando en la siguiente», dicen.

Los ciclistas, en el velódromo de Roubaix Servicio Especial

Tradicionalmente, España ha sido un país en el que se siguen con mucha más atención las grandes vueltas por semanas, pero ellos son unos enamorados de las clásicas. «Solo gana uno y se lo juegan todo a una baza y en un día, por lo que la competitividad y la emoción es muy superior. Es ciclismo más ofensivo», reflexiona Alberto, que fija el próximo objetivo del grupo: «Poder estar en los 5 grandes monumentos sería un sueño». 

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