A Lidi la delatan sus rasgos faciales y el color chocolate de su piel. Es fácil adivinar que nació a miles de kilómetros de aquí. Llegó procedente de Ecuador hace casi cinco años en busca de un futuro mejor junto a su madre y dos hermanas. Al otro lado del océano dejó tres tesoros: su marido y sus dos hijos, Jorge Gonzalo, de 7 años, y José Alejandro, de 5. Por fin, el pasado verano regresó a casa para verlos, besarlos y abrazarlos. Será por eso que sus ojos sonríen. "Soy una persona que planta cara a la adversidad y se crece ante los obstáculos. Si no fuera optimista, no estaría aquí", asegura. Desde que aterrizó en España, su ocupación es empleada del hogar. "Mi objetivo era conseguir un trabajo para obtener los papeles y legalizar mi situación. Buscaba un puesto honrado del que no tuviera que avergonzarme. La opción de ser interna en una casa fue la que se me presentó y acepté", relata.

Lidi siempre ha estado con la misma familia. Su labor consiste en llevar a cabo todas las tareas relacionadas con la limpieza, la cocina y el orden de la casa, a excepción de planchar. En su país, esta chica jovial completó los estudios de Trabajo Social. "Quiero convalidarlos para intentar desarrollar mi verdadera profesión aquí", desea. Uno de sus sueños es volver a Ecuador para sacar a los chavales de la calle. "Pienso que son los padres quienes tienen que trabajar. Los niños no pidieron venir al mundo, así que no deben cumplir con las obligaciones de los mayores", señala de manera rotunda.

Su madre se ocupa de las atenciones de un anciano en otra vivienda y una de sus hermanas cuida de un niño pequeño. "La otra todavía no tiene trabajo porque recién llegó", argumenta. Aunque cada caso es un mundo, el sueldo de los trabajadores del hogar parte del salario mínimo interprofesional, esto es, 540 euros, aunque el 45% pueden ser retribuciones en especie, según CCOO. Haciendo un sencillo cálculo, por 40 horas semanales se concluye que cada 60 minutos le cuestan al empleador poco más de tres euros. Además, el contrato establecido puede contemplar 8 horas de trabajo y el resto, de presencia. En el ejemplo de Lidi, ella dispone de libertad el sábado por la tarde "y un rato el domingo", que aprovecha para disfrutar de su familia.

Casualidades

Lidi llegó a Zaragoza por casualidad. "En el avión coincidí con una compatriota que venía a trabajar a esta ciudad. Se sentía triste y sola y decidí acompañarla", cuenta. En sus planes siempre aparece la idea de tornar a Sudamérica. "Al principio me di un plazo de dos años, pero en ese tiempo apenas recaudé dinero para pagar las deudas, así que tuve que prolongar la estancia", indica. Asegura que sus metas en la vida aún están lejos de cumplirse, pero se da por satisfecha. "Nunca se es feliz del todo porque siempre te falta algo", reconoce. "Pero por el hecho de haber nacido, de tener salud y familia ya considero que tengo suerte", se sincera. Lidi confía en que las cosas mejoren y pueda reunirse con los suyos. Piensa en el mañana con serenidad y plena de ilusión. "Lo que ha sido tuyo, siempre lo va a ser", termina.