Pedro Sánchez ataca. En vez de contemplar la calle desde el despacho de Ferraz, a ver si pasa el féretro de Susana Díaz o el suyo, ha decidido imitar la gallardía de la presidenta andaluza y apostar fuerte. La víctima se llama Tomás Gómez, y no parece que disponga de armamento para morir matando. Lo de las cerraduras cambiadas es feo pero contundente. Fuera de los despachos siempre hace mucho frío. Ahora Sánchez tiene el poder del PSM y ha demostrado, contra todo pronóstico, que es persona de acción. De niñato a guerrero del antifaz. Puede ganar o perder, pero está dispuesto a jugar la partida, sin esperar a que los otros la jueguen por él. Ahora ya es un killer, condición imprescindible para que, en política, los tuyos te respeten y, si hacemos caso a Maquiavelo, incluso te empiecen a admirar. El súbdito que no teme el príncipe, no lo ama, sentenció el florentino.

(Abrimos aquí un breve paréntesis para aconsejar amablemente al lector que cada vez que escuche o lea algo que divorcie la vieja política de la nueva clasifique a quien use esos términos en uno de los tres siguientes apartados: idiota, iluso o demagogo. Política solo hay una; sistemas de lucha por los primeros lugares de la pirámide solo hay uno. Y si no, que le pregunten a Pablo Iglesias por qué quería irse si no se convertía en el cacique de Podemos, con todo el poder para hacer y deshacer).

Ahora, tras la muerte fulminante de Gómez, el PSOE vuelve a estar en forma. Si la política se juega siempre en un ring, tan bien decorado y disimulado como convenga a cada momento, cuando el combate se vuelve feo caen los filtros, se borran las sonrisas y saltan por los aires los árbitros y el fair play. Madrid hace honor una vez más a su tradición. Que el futuro de España se juegue en Hispalis, antiguo nombre de Sevilla, es difícil de digerir. Ya se pueden ir preparando los partidarios de las emociones salvajes, que aún no han visto los golpes más duros. Ni los más sucios.

Hemos pasado de dos púgiles a cuatro: Mariano Rajoy, Díaz, Sánchez, Iglesias. Todos contra todos, tanto si son compañeros como enemigos, por la sencilla razón de que dentro de un año solo uno ocupará la Moncloa y los cuatro hacen cábalas no solo sobre sus posibilidades de victoria, sino sobre todo para ver cómo pueden dañar a los otros tres, empezando por los que son más cercanos.

Según el último sondeo, Susana Díaz no lo tiene mal en Andalucía. El PP baja y el bipartidismo aguanta ante un Podemos que quedaría muy lejos de cumplir su propósito de sustituir la alternancia dentro del sistema por la alternativa al sistema.

Si las previsiones en Andalucía no fallan y la maniobra de fulminar a Gómez en Madrid sale bien a Sánchez, habremos sustituido la batalla de las ideas por la lucha entre las personas, lo que siempre resulta más entretenido.