Un diputado de un grupo pequeño salió del hemiciclo del Congreso el jueves 24 de noviembre a las 22.00 horas con paso calmado. Se detuvo de repente para responder la siguiente pregunta: “¿Cómo haces para estar votando durante tres horas y no desquiciarte?”. El parlamentario respondió: “Para mí es muy fácil. Me pongo a ver Twitter y a contestar mensajes, y puedo hacer las dos cosas a la vez. Para cuando acaba la votación, he puesto al día mis redes sociales”. 

Estaba ufano el diputado a pesar de que llevaba desde primera hora de la mañana en el Congreso dando los últimos retoques a las enmiendas pactadas con el Gobierno. Había acordado unas cuantas, un puñado de millones llegará durante los próximos meses a su tierra: objetivo cumplido. Había votado a favor de los presupuestos, por tanto. A esas horas de la noche, sólo quería tomar un sándwich en la cafetería antes de la votación final.

Los dos plenos de la semana acabaron el viernes a la 1.00 de la madrugada. Cuando la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, dijo “se levanta la sesión”, ni siquiera hubo prisas por salir. No se produjo esa escena de carreritas con maletas de ruedas que son más o menos habituales cuando el pleno termina un jueves a media tarde y aún quedan aviones que despegar de los aeropuertos y trenes que salir de las estaciones, como diría Mariano Rajoy.

Antes de la primera tanda de votaciones, la más larga, la de las enmiendas, Batet avisó: “Señorías, hay bastantes votaciones. El tiempo calculado es largo. Lo digo para que se preparen psicológicamente”. Empezaron a las 14.00 horas y acabaron a las 17.00, aproximadamente. Lo que sucedió entre tanto consistió en decidir el destino de las miles de propuestas que los grupos decidieron mantener ‘vivas’ y las casi 200 transaccionadas que el Gobierno pudo, o tuvo que, pactar. 

El procedimiento se resume más o menos así: los letrados hacen una hoja de votación, que es el orden, básicamente; la presidenta canta el número de la enmienda que se va a votar, o los números si el grupo autor pide acumulación. Puede ocurrir que la presidenta recite más de diez números de golpe. No podía extrañar que Batet, ya por la noche, tuviera la paciencia en el límite, de ahí sus peticiones de “silencio” tan enfadada. También estaba malhumorada por los episodios recientes de agresividad verbal.

Dirigir debates en el Congreso, esta legislatura, se ha convertido en un trabajo estresante. La diputada socialista, veterana en la Cámara, está acostumbrada, no obstante. Eso no quiere decir que acepte los incidentes como quien acepta que en invierno hace más frío. Su estreno, tras las elecciones de abril de 2019, fue con Oriol Junqueras, Jordi Sànchez y otros dirigentes independentistas sentados en sus escaños, y estaba la concurrencia bien tensa por ello. Supo entonces que le tocarían años difíciles. 

Tras aquello inefable de Carla Toscano, de Vox, con Irene Montero, diputados como Aitor Esteban, del PNV, le piden rotundidad. Si un orador u oradora se desplaza de la cuestión, que se corrija pronto. Se evitarían así exabruptos y desmanes. O no.

Volvamos a las votaciones de las enmiendas presupuestarias. Sus señorías, tras cada enmienda cantada, deben pulsar dos botones, uno para la presencialidad y otro para el sentido del voto: sí, no, abstención. Luego, la presidenta hace el recuento y zanja: “queda aprobada” o “queda rechazada”. Multipliquen la secuencia por un número de tres dígitos… Eso tardaron. 

Un parlamentario confesaba a este periodista por whatsapp que se le estaba quedando el "cerebro frito". Otro, quien sabe si por un arrebato de enajenación, señalaba a este medio que se lo estaba pasando bien. Un tercero revelaba su enfado. Reclamaba un sistema de votación más moderno. Pero no es sencillo.

Si los grupos mantienen vivas un montón de enmiendas, esto es, que pese a haberse debatido y rechazado en la comisión quieren volverlas a debatir y votar en el pleno, la sesión se eterniza. Depende de sus señorías que el tiempo del trámite presupuestario en el pleno se abrevie. 

Al final, mantener una enmienda muestra lógica política. Dada la aritmética parlamentaria, las opciones de pacto no pueden descartarse pronto. Conviene alargar la presión negociadora. Del mismo modo que el Gobierno usa los vetos a las enmiendas como instrumento de negociación, y también sus levantamientos, los grupos usan las enmiendas vivas y los plazos de los trámites.

Paradigma, una vez más, el PDeCAT. La formación catalana, cuatro diputados, es con diferencia la formación que más propuestas ha logrado colar en los presupuestos a lo largo del trámite del pleno. No le fue del todo bien en la Comisión, pero en el pleno ha sacado petróleo. Ferrán Bel, líder del partido en Madrid, anunció el martes el voto a favor a las cuentas tras conseguir acuerdos en una serie de enmiendas transaccionales. ERC, EH Bildu, Más País y Compromís son las otras formaciones más beneficiadas.

Si a sus señorías desesperan votaciones así, qué decir de los letrados. Reivindicar su labor es nuevamente necesario. Su cometido es ir apuntando en unos papeles los resultados de las votaciones. Dos de ellos, ubicados en un lado de la mesa, aguantaron estoicamente los síes y noes de las votaciones por llamamiento que se efectuaron para aprobar el dictamen de la nueva de impuestos a bancos, eléctricas y grandes fortunas y el inicio del trámite de la sedición. Esto sucedió pasadas las 23 horas. Imaginarlos así el jueves entero, apuntando resultados en unos papeles, merece por lo menos un par de días de libranza.

La batalla de Edmundo Bal

El escrito con el que los grupos comunicaron a la Mesa las enmiendas que querían mantener vivas en el pleno, publicado en el Boletín Oficial de las Cortes el 21 de noviembre, es un “pdf” que ocupa 77 páginas.

Sobre esas enmiendas se negocia durante el pleno. Y se negocia por secciones. Por ejemplo, los portavoces del grupo socialista en la Comisión de Transportes hablan con los portavoces de los demás grupos en la misma comisión sobre qué hacer con la enmienda “nosecuantosmilochentaydos”. Antes, el Gobierno ha dado el “ok”, pues negociar inversiones de cientos de miles de euros, o de millones, sin que el Ministerio lo sepa, pues como que no.

Edmundo Bal. EFE

Sigamos con la ficción. El PSOE transmite a Ferrán Bel que su enmienda “nosecuantosmilochentaydos” podría salir, pero que antes habría que pulir el punto cuarto de la disposición adicional tercera a la que hace referencia. Empiezan a intercambiar papeles y propuestas hasta llegar a un acuerdo, hasta alcanzar una transaccional. 186 han entrado en los presupuestos tras el trabajo de los grupos durante el pleno. Pleno que, cabe puntualizar, ha durado cuatro días, de lunes a jueves.

Ahora bien, 21 enmiendas están rodeadas de misterio. Entra en escena el portavoz de Cs, Edmundo Bal, que se confiesa un “friki” de las votaciones enrevesadas. Los liberales, nueve escaños, se organizaron de forma particular para intentar meter baza en las cuentas. En la Comisión, mientras Juan Ignacio López Bas y María Muñoz se encargaban de votar, Bal, sentado al lado, apuntaba todo en unas hojas “excel”. En sus despachos, el equipo técnico hacía lo mismo.

Ese control meticuloso les permitió un hallazgo con ruido político de fondo. Cuando la Secretaría de Estado de Relaciones con las Cortes comunicó a la Mesa el 22 de noviembre a las 10.50 horas, hora de registro, que levantaba los vetos a 17 enmiendas (lo puede hacer), un técnico jurídico de Ciudadanos se llevó las manos a la cabeza. Esas enmiendas no estaban vivas. No salieron vivas de la Comisión. ¿El Gobierno las había resucitado? ¿Es posible? Sobre todo, ¿es legal?

Cotejaron los números y alucinaron, y se lo dijeron a Bal. El portavoz lo habló con Miguel Gutiérrez, el más veterano de los nueve junto a Guillermo Díaz, y con José María Cuadrado, también jurista. No era posible. La maniobra, estimaron, contravenía el artículo 117 del reglamento. Las enmiendas revividas eran las siguientes: 2551, 2582, 2619, 2620, 2621, 2622, 2661, 2692, 2694, 2695, 4109, 4153, 5114, 4305, 4070, 4598 y 5300.

Bal, airado, decidió tomar la palabra desde el escaño, la sesión plenaria ya iniciada, para protestar. Estaba Batet presidiendo. “Pido como trámite previo a ir al Tribunal Constitucional que esas enmiendas salgan de la votación y se pida un dictamen jurídico sobre si se pueden levantar vetos a unas enmiendas que no han entrado vivas al pleno y sobre si valen transacciones sobre ellas”, manifestó. A su juicio, el Gobierno había incumplido un artículo del reglamento del Congreso (117) y tanto a él, diputado, como a su grupo parlamentario les habían hurtado el derecho constitucional a la participación política.

Para entonces, Ciudadanos estaba redactando un escrito que un día más tarde envió a la Mesa. Son los “escritos de reconsideración”, peticiones al órgano de gobierno del Congreso para que, con argumentos jurídicos, revoque una decisión tomada.

Meritxell Batet. EPE

En el texto, al que ha accedido este medio, el grupo liberal concluye que el procedimiento es “una infracción” por “su alto contenido defraudatorio”, ya que “impide el debate en Comisión inicialmente para, luego y una vez formada la voluntad en el Informe de Ponencia o en el Dictamen, reavivar la enmienda, lo que con toda lógica supondría el reconocimiento de que el debate en Comisión es nulo de pleno derecho”. 

Fuentes parlamentarias consultadas responden: esto se ha hecho siempre. El Gobierno tiene la potestad de “vetar” enmiendas si considera que descuadran las cuentas públicas, estipuladas en la ley presupuestaria. Del mismo puede retirar esos vetos, o por ser más “puristas”, retirar la disconformidad. Y esto podría llevarlo a cabo en cualquier lance del trámite. También hay una motivación política detrás de decisiones de semejante índole, que se resumiría coloquialmente así: el Ejecutivo dice a un grupo: “si recuperamos esta enmienda, sí podríamos llegar a un acuerdo, pero a cambio…”. Es el Parlamento, amigos. La Mesa desatendió la petición de Bal.

Pero a Cs no le falta algo de razón, estrictamente hablando. Su grupo, pese a ser informado, se encuentra de pronto con que tiene que votar enmiendas que no sabe de dónde salen o cómo se han gestado. Digamos que Cs, cara al pleno, planifica una negociación sobre X número de enmiendas contempladas en los escritos publicados en el Boletín de las Cortes. Súbitamente, se topa con propuestas que no están en el documento, aquel de 77 folios, y no sólo eso, sino que además serán aprobadas. Bal repitió la acción el jueves porque su grupo descubrió cuatro enmiendas más que regresaron del mundo de los muertos.

La verdad es que la maniobra es llamativa. Este periodista revisó si efectivamente las enmiendas resucitadas murieron durante el trámite de comisión. Y así fue. Por ejemplo, de la 2690 a la 2699 sobrevivieron todas menos tres, la 2692, la 2694 y la 2695, las tres del PDeCAT. Las tres, sin embargo, resurgieron de las cenizas para el pleno y ahora viven en los presupuestos. 

Tradición

Las enmiendas misteriosas, la mayoría, son del partido de Ferrán Bel. Versan casi todas sobre fiscalidad. Fiscalidad para determinados vehículos a motor, para los autónomos que se dedican a la venta ambulante, para cooperativas y para la organización y celebración de eventos de ámbito variado, desde la Ryder Cup, la Copa América o el Conde de Godó de tenis hasta un congreso de arquitectura o el festival Sónar de música electrónica. Aquí está también una enmienda de ERC sobre policías autonómicas o una del PNV para construir un puente en Vizcaya. O una de Más País sobre inversiones en Cartagena.

Las enmiendas que se incorporarán a los presupuestos gracias a trabajos ‘in extremis’ de los grupos, mientras el pleno avanza, suelen abarcar inversiones locales. Para grupos como ERC, PDeCAT, EH Bildu o PNV son esenciales, ya que también deben responder en sus territorios, y en concreto, en los municipios que componen sus territorios. Aunque hay de todo. Por haber, hay enmiendas de Compromís para ejecutar un programa de atención a menores migrantes… en Canarias. No es la primera vez que un grupo de una autonomía ayuda a otro de otra autonomía.

Como no es la primera vez que enmiendas muertas, de repente resucitan, igual que en la rumba que canta Peret: “Que no estaba muerto, no, no; que no estaba muerto, no, no".