Chocante es, cuando menos, si decimos que entrar a formar parte de Campus 42 es fácil y difícil a la vez. Alba, malagueña, graduada en sicología y monitora deportiva aprovechó el parón laboral provocado por la pandemia: “Sentí la necesidad de evolucionar personalmente. Me apunté a un curso de programación, el primero que hacía en mi vida, y en febrero de este año ya era una de los 4.500 solicitantes para entrar en el 42”, comenta.
La primera prueba para poder entrar al campus pasa por superar dos test online en la web del campus; uno, de no más de 5 minutos de duración, que pone a prueba la memoria del aspirante. El segundo, con una duración nunca superior a las dos horas y cuarto, valora sus razonamientos lógico-matemáticos. Si se superan estos tests, los candidatos pasan a un período de selección presencial de 26 días consecutivos en el campus, sin días libres, llamado “la piscina”.
Lanzarse (simbólicamente) a la piscina de 42 Málaga es, sin ningún lugar a la duda, un ejercicio de valentía, de emprendimiento personal, social y profesional y, por qué no, una forma de empoderamiento. “El primer día de piscina fue durísimo, estás perdido y te entran ganas de irte a tu casa”, quien habla es Irene, cuarenta y pocos años, trabajadora hasta que llegó la pandemia en una cadena de televisión y empleada los fines de semana en el negocio familiar. “Desde el segundo día, -asegura- te vas abriendo a los compañeros y las cosas poco a poco empiezan a fluir. He aprendido de todos algo; del que sabía más y de los que no tenían ni idea de programación”, comenta.
Y es que, durante la piscina, el aprendizaje entre pares (Peer to peer learning) es un pilar fundamental. El trabajo en equipo resulta clave y decisivo para ir superando proyectos/niveles como si de un videojuego se tratara. Los estudiantes aprenden unos de otros a través del trabajo colaborativo, superando, compartiendo retos y, sobre todo, evaluándose entre ellos. Emilio, un Técnico Superior Administrativo que había tocado muy tangencialmente la programación, resume así este periodo: “Te sueltan en la piscina y tienes 26 días para aclimatarte a la temperatura. Entras perdido pero la evolución de los conocimientos y de las habilidades sociales aflora en esas casi cuatro semanas porque hay que tratar con gente muy diferente y la metodología y el cumplir objetivos te incita y te obliga a ello. Aquí se aprende a aprender y tienes que buscarte tus propios recursos, como pasa en la vida y en los trabajos”, finaliza.
Para Alba, la piscina es “una especie de locura. Llegas y nadie te dice nada, pero no tardas mucho en darte cuenta de que para cumplir objetivos hay que investigar, recopilar datos, verificarlos, debatirlos y utilizar la inteligencia colectiva para encontrar soluciones siempre con el de al lado, una persona a la que no conoces absolutamente de nada”.
En las dos primeras piscinas celebradas en Málaga (febrero y marzo, 400 candidatos) un total de 172 aspirantes han logrado acceder a la formación. Una formación que durará de media 3 años, y que se basa en proyectos de las diferentes ramas de la programación -en la actualidad existen más de 100 proyectos que van creciendo y actualizándose constantemente-. Éstos se organizan como un árbol de programación con 21 niveles al cual los estudiantes se enfrentan, superando las fases y adquiriendo conocimientos competenciales. Además, no hay período de registro y las inscripciones están siempre abiertas.
Una vez superada la parte de formación obligatoria común a todos los estudiantes, ya pueden elegir su camino dentro del Campus seleccionando la rama de especialización más específica acorde a sus intereses. Hay muchas para elegir: programación móvil, programación funcional, ciberseguridad, inteligencia artificial, ingeniería inversa, código malicioso, programación de kernels, Big Data, programación de redes, programación 3D., etc.
Alba, Emilio e Irene emergieron de la piscina y desde hace pocas semanas han empezado su formación en 42. “Ha sido un proceso duro y estresante, pero es una experiencia que ni en mis mejores sueños me había imaginado. Yo, enseñando a mis compañeros, y yo siendo enseñada por ellos. Es muy enriquecedor”, concluye Alba.
Los tres quieren introducirse “bien” en el mundo de la programación, encontrar un trabajo, sacarle partido y vivir de ello. Aunque todavía ninguno de ellos tiene muy claro qué camino van a escoger en su futuro como programadores (ciberseguridad, blockchain, Inteligencia Artificial, etc), todos coinciden en señalar la importancia de esos 26 días: “La programación es una forma de pensar. Han sido 26 días muy intensos que nos han cambiado la vida”, coinciden.