Sin periodistas y solo acompañados por policías, médicos, psicólogos, pastores luteranos e imanes musulmanes. Cuatro semanas después de la masacre de la isla de Utoya, familiares de 50 de los 69 asesinados por el fundamentalista cristiano Anders Behring Breivik regresaron ayer al escenario de la matanza, precintado desde el 22 de julio, fecha de la tragedia. Paralelamente, en Oslo, el asesino confeso compareció de nuevo ante el juez y, pese a sus quejas, le fue decretado otro periodo de aislamiento total de cuatro semanas.

La visita al islote de 0,12 kilómetros cuadrados con forma de corazón en pleno fiordo de Tyri se desarrolló bajo una fina lluvia y en un ambiente de pesar y recogimiento. "Creo que será un día difícil", auguró a los micrófonos de la radio pública noruega NRK, antes de iniciar el viaje, la madre de Andrine, una de las adolescentes asesinadas en Utoya. "Pero estas últimas semanas han sido ya tan difíciles que nada puede ser peor", continuó. "Vamos a poder ver el lugar donde Andrine se encontraba; vamos a depositar flores y a encender una vela", concluyó. Hoy está previsto que realicen idéntica singladura supervivientes que lograron huir de Anders Behring Breivik.

A PUERTA CERRADA A unas decenas de kilómetros de la isla de Utoya, en el Juzgado del Distrito de Oslo, tuvo lugar la segunda comparecencia judicial de Breivik. Al igual que en la primera, el juez ordenó que la vista se realizara a puerta cerrada, para evitar que el asesino convirtiera el tribunal en un altavoz de sus ideas racistas y xenófobas.

Anders Behring Breivik, quien se presentó a su cita con el juez con ropa de calle, protestó por el régimen de aislamiento total que le había sido impuesto hace un mes, que le impide mantener contacto alguno con el exterior. "Es aburrido y monótono; es un método de tortura sádica", dijo el detenido. El juez se mantuvo impasible a sus demandas: El aislamiento "es una medida útil debido a la gravedad de los hechos y el riesgo de desaparición de pruebas".