Heredé de Antonio Baquero la habitación 702 del Palestina cuando Bagdad ardía por los cuatro costados. A la artificial caída de la estatua de Sadam Husein en la plaza de Fardús le siguieron el caos, los saqueos, los primeros ajustes de cuentas, el asalto de ministerios (menos el del Petróleo, protegido por tanques), edificios oficiales, hospitales, el Museo Arqueológico. Era el triste (y peligroso) espectáculo de "gente libre cometiendo errores y crímenes", en las cínicas palabras de Donald Rumsfeld, ante las pasivas narices de unos soldados que habían ganado la guerra pero no estaban preparados para ser tropas de ocupación.

Nunca lo estuvieron, como fui constatando en los sucesivos viajes que hice a Irak en poco más de un año. Ni los americanos, bunquerizados en la zona verde de Bagdad; ni los británicos, de vuelta a casa en Basora; ni los españoles, comiendo bajo el sofocante sol de Diwaniya bocadillos de chorizo y tortilla de patatas transportados en Hércules. Desde Paul Bremer (con sus infaustas botas militares mal combinadas con su elegante traje) hasta los llamados contratistas que poco a poco copaban plantas enteras del Palestina protegidos por mercenarios gurkas, nadie tuvo jamás la mínima noción de cómo gestionar la ocupación de Irak. El desmantelamiento del Ejército iraquí fue el error más visible, pero la calle y el día a día estaban repletos de pequeños detalles que daban fe del desastre que se incubaba.

"Lo tenemos", dijo Bremer, triunfal, cuando cazaron a Sadam en un zulo cerca de Tikrit. Tengo fotos de soldados --muchos de ellos latinos en pos de la green card-- posando en el zulo con la expresión alegre de quien ha acabado su trabajo y pronto volverá a casa. Ilusos.

Abu Graib

El triángulo suní no tardó mucho en convertirse en un infierno. Todo occidental pasó a ser un objetivo. Había atentados. Secuestros. Degollamientos. Los cadáveres se exponían en puentes y farolas. Los soldados mataban a civiles y milicianos, imposible diferenciarlos. Faluya se hermanó con Grozni. Y con Yenín. Y Abu Graib, tras un periodo abandonada, reabrió como la prisión del horror de la CIA. Irak era libre, pero tenía miedo. Y mataba. Y moría. La guerra de verdad para EEUU empezó cuando cayó la estatua de Sadam.