Más que una cumbre, parece una meseta". Así coincidieron varios analistas en definir la XXIII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno que, inaugurada anoche, se celebra en la zona exclusiva de Playa Bonita, junto a la ciudad de Panamá y la entrada del Canal.

Una cumbre marcada por las ausencias --la del rey Juan Carlos y nueve presidentes latinoamericanos-- y por un impostergable proceso de reformas que la convertirá en la última cita anual de la comunidad hispanohablante. La Cumbre Iberoamericana pasará a ser bienal, con una España en crisis que ya no puede pretender tutorías.

UNA DOCENA DE DIRIGENTES Solo una docena de jefes de Estado hablarán hoy del "papel político económico, social y cultural de la comunidad iberoamericana en el nuevo contexto mundial", lema de este encuentro panameño. Más que los presentes, son más notables desde anoche los ausentes.

Solo el rey Juan Carlos, convaleciente de la operación de cadera y al que los médicos le prohibieron viajar, saludó a los asistentes a la inauguración desde una pantalla. Y solo la presidenta argentina, Cristina Fernández, tenía también su descanso posoperatorio. Otros, como el presidente de Bolivia, Evo Morales, alegaron a última hora las obligaciones de alguna "agenda abigarrada" que los aleja de este tipo de reuniones.

Desde otro polo político, también el presidente guatemalteco, Otto Pérez, se asió de otras obligaciones para evadir su compromiso de asistir a la cita panameña y delegó la presentación de su propuesta de despenalización de las drogas.

Pero tampoco asisten a la cumbre la presidente de Brasil, Dilma Rousseff, ni los presidentes de Uruguay, José Mújica; Chile, Sebastián Piñera, y Ecuador, Rafael Correa, ni, por supuesto, los de Cuba, Raúl Castro, y Venezuela, Nicolás Maduro.

El anfitrión de la reunión, el presidente panameño, Ricardo Martinelli, despachó rápidamente la explicación de las ausencias: "Los que no vinieron tendrán sus motivos, sus razones. Nicolás Maduro, no sé, pregúntenle a él".

La mayoría de los dignatarios aterrizaron en una antigua base estadounidense, cercana al complejo hotelero en el que se celebra la cumbre. Al otro lado de esta entrada del Canal, en el Pacífico, queda la capital panameña, colapsada por los aguaceros en plena temporada de lluvias, así como por las manifestaciones de protesta de diversos colectivos, entre ellos los médicos y las autodenominadas "mujeres despechadas". Pero ese alejamiento en Playa Bonita, como resaltaron algunos asistentes, no hacía más que acentuar "lo deslucido" de un encuentro que 22 años después de su creación ha "perdido vigor y vigencia".