En el museo de la flota rusa del Mar Negro, en la ciudad crimeana de Sebastopol, quien no es ruso lo tiene difícil. "¿Tiene una autorización de la Federación Rusa para estar aquí?", inquiere el guardián, dejando poco margen al debate. "Si no es así, no puede hablar con nadie", asegura tajante.

Sebastopol es el bastión de los rusófonos ucranianos de Crimea. De aquí que ahora se haya visto convertida en uno de los principales focos de tensión en esta península, en la que se ve con horror que el nuevo Ejecutivo ucraniano esté integrado por personajes como Oleksandr Sych, viceprimer ministro y miembro del partido de ultraderecha Svoboda.

Esta acritud hacia el Gobierno central de Ucrania tiene varias razones. Remite, en particular, al trauma que generó en la población la ocupación nazi y en particular el sitio de Sebastopol entre 1941 y 1942, cuando el Ejército de Alemania bombardeó esta ciudad, destrozándola. "Nunca más permitiremos que los fascistas nos ataquen", cuenta Vladimir Vasilich, un veterano de guerra que cuando aquel conflicto se desató era un cadete del Ejército soviético.

Juoig Tarariyev, que regenta el círculo de oficiales de la calle Lenin y quisiera tener pasaporte ruso, lo explica con una anécdota. "Cuando los nazis subieron al poder lo primero que hicieron fue destruir todos los monumentos que no les gustaban y lo mismo han hecho los jóvenes de Maidán", asevera, al referirse a los derribos de las estatuas del difunto líder comunista y de otros líderes rusos, que han indignado a la población rusófona de Ucrania. "Yo no soy comunista pero esa es nuestra historia y no pueden destruirla. Ese fue un acto fascista", aclara.

El joven Alexis sirve cafés y refrescos en un cafetín de estilo estadounidense. "Yo no estoy a favor de que Crimea deje de ser Ucrania, pero la mayoría de mis amigos lo está, a pesar de que no saben porqué", afirma.

Ya no está claro que los jóvenes rusófonos, a diferencia de los ancianos, apoyen la anexión de Crimea a Rusia. Hay expertos que creen que el argumento de un auge del nacionalismo extremista es débil. "El año pasado, Svoboda nunca superó el 7% de los votos y, si bien es posible que ahora capitalice algunos votos más, no será nada significativo", explicaba a este diario el politólogo Yuriy Yakymenko.