A los (pocos) viajeros del aeropuerto de Zaragoza se les distinguía por el moreno. Era fácil porque este sábado, día 1 de la nueva normalidad en la terminal, unos venían de Menorca y otros se iban a la isla de vacaciones.

Los isleños, tan solo 14, ha sido los primeros en volar en un avión comercial por la capital aragonesa tras el confinamiento. Una vuelta a cole de la compañía Volotea en la que, por cierto, el vuelo ha adelantado unos 15 minutos. Algo inusual en un aeropuerto. Con el aterrizaje previsto para las 10.10 horas, los pasajeros han tocado suelo en un ambiente silencioso y poco habitual para un aeropuerto, acostumbrado al trajín de las maletas que van y vienen y los avisos por megafonía. No se han cruzado con nadie porque el siguiente vuelo, el que volvía a la isla menorquina, ha salido 45 minutos después y sus pasajeros han embarcado temprano sin esperas y sin filas. También sin controles de temperatura.

Según han explicado desde Aena, no empezarán a hacerlo hasta la próxima semana, que será cuando se retomen los vuelos internacionales con Wizz Air desde Cluj-Napoca (Rumanía), previsto para el día 2 de julio. Una decisión que no acaba de convencer a los viajeros que han confesado que esperaban que, además de la mascarilla (obligatoria durante todo el vuelo) les midieran la temperatura.

Pese a esto, sí que se han extremado las medidas sanitarias. Al interior de la terminal solo pueden acceder las personas que vayan a coger un vuelo, de manera que las despedidas deben realizarse en el exterior. Hay hidrogeles en las puertas que están abiertas (los accesos están limitados), marcas y huellas de distanciamiento, mensajes en las pantallas digitales y mamparas protectoras.

La mascarilla, por su puesto, hay que llevarla en todo momento y se ha redistribuido el espacio de la zona de espera para poder garantizar al separación recomendada por las autoridades sanitarias. Los viajeros tiene que firmar un cuestionario en el que aseguran que ni han tenido síntomas de covid ni han estado co tagiados, además de facturar todo su equipaje.

Estas son algunas de las medidas que enrarecen los viajes. Pero aún más lo hacen las nuevas despedidas y bienvenidas. Es lo que le ha pasado a María Jesús Gracía que, tras meses separada de su hermana, ha sustituido los abrazos por un choque de codos. Tras este nuevo ritual, ha explicado que en Menorca no había controles sanitarios. Tampoco al llegar a Zaragoza. «Es verdad que había muy poca gente por lo que es difícil que te cruces con alguien, pero creo que deberían de tomar más medidas, como confirmar que no tenemos fiebre. Aún así, ha ido todo muy bien, nos han tratado genial y tenía muchas ganas de estar aquí», ha dicho.

Miriam Pons, una estudiante de Veterinaria oculta bajo su mascarilla y un moreno impropio de haber estado confinada, llegaba a la capital aragonesa un mes más tarde de lo previsto, pues su prácticas tendrían que han comenzado en mayo y no en julio. En su vuelo, cada pasajero ha volado en una de las filas del avión, garantizándose así la distancia.

No han tenido tanta suerte los que se dirigían rumbo a la isla para tomar el aire (y el sol). El avión, con salida a las 10.45 horas iba completo de ansiosos por pisar la playa. También por algunos que, como Raquel Gallego, su marido, que viajaban con sus dos hijos, se iban de semivacaciones. «Teletrabajamos así que hemos adelantado el vuelo», ha comentado mientras mostraba su portátil bajo el brazo como prueba.