Paco tenía más de 50 años cuando aprendió a jugar al ajedrez. Su historia no es la de una pasión frustrada que comienza de manera tardía. Tampoco la de una repentina fiebre al compás del boom televisivo de turno. Hablando del deporte de las 64 casillas en España, está claro que tampoco responde al fervor desmedido propio de un fenómeno de masas. Quizás para el caso de Paco Garrido sería más apropiado hablar de reaprendizaje. La explicación está formada por dos palabras y 20 letras: retinosis pigmentaria. La muerte celular de los fotorreceptores de la retina que, en su caso, condujo progresivamente a la ceguera.

«A los 13 años hice un curso de iniciación al ajedrez en mi colegio, el Joaquín Costa, que me sirvió para aprender los movimientos, pero lo terminé dejando. Posteriormente lo retomé cuando entré en la ONCE a principios de los 90, cuando tenía 29 años», recuerda en conversación con este periódico.

En ese momento, pese a la evidente pérdida de visión, Paco todavía tenía el suficiente resto visual como para jugar con un tablero estándar. Con el tiempo llegó lo que parece inevitable con esta patología. «El paso al tablero adaptado es un paso que nunca quieres dar. Te intentas apoyar en tu resto visual, pero durante las partidas te dejas una pieza… y luego otra, hasta que llega un momento en el que necesitas tocar las piezas pasa saber dónde están». Y vuelta a empezar de cero. Desde lo básico. A familiarizarte con las filas, con las columnas, con las coordenadas. Todo.

Los tableros adaptados son un elemento imprescindible para los jugadores ciegos y los llevarán a cada partida para trasladar la posición y atender así su necesidad de tocar las piezas. Tienen algunas características que los diferencian de los que utilizan las personas videntes. La primera es que las casillas negras son algo más altas que las blancas para facilitar que el jugador, con el tacto, las identifique y pueda seguir las diagonales. Además, todas tienen un orificio en el centro para insertar las piezas y así no derribarlas. Y tercero, las piezas negras tienen en su parte superior un clavo redondeado para distinguirlas de las blancas.

La caída de nivel en este proceso es inevitable. Paco llegó a tener un ELO -el sistema de puntuación propio del ajedrez-- de 1800; actualmente está por debajo de los 1600. Se requiere tiempo y esfuerzo para adaptarse y recuperar el juego, aunque ahora se lo toma más como un hobby. Preguntado por esta nueva vida delante del tablero, lejos de lo que pudiera parecer, no describe un cambio tan radical como pudiera parecer a priori. «No cambia el proceso mental. La visión te ayuda a ver más rápidamente las variantes, pero al final las analizas de cabeza. Nosotros tenemos que pensar un poco más, indudablemente, y tocar te ayuda mucho a reproducir mentalmente la posición, pero, al final, tenemos el tablero en la mente. Eso es lo importante. Si no, sí estás perdido», describe.

Ajedrez ‘online’

La modalidad virtual

En la actualidad, la delegación de la ONCE en Zaragoza donde juega Paco cuenta con un grupo de 11 jugadores que entrenan ajedrez un día a la semana. Allí se juntan personas de diferentes niveles. Isabel Magallón es una de las que más tarde se ha incorporado. No tiene ELO y, de hecho, la competición en sí «no le motiva». Busca entretenimiento y «gimnasia mental». El ajedrez ayuda a «hacer pensar y no precipitarte» cuando ves una jugada que podría ser buena, explica. Su compañero Joaquín Gil refuerza esta tesis: «Vamos teniendo una edad en la que, como las piernas, tienes que mover la cabeza. Te desengrasa. Seamos realistas, la mente va bajando y hacer que vaya deteriorándose más lentamente y mantener un cierto nivel en el tablero ya es la leche».

El estallido de la pandemia inevitablemente les cambió su rutina y tuvieron que trasladar la clase del aula a sus casas. También su tradicional quedada de los jueves para practicar por su cuenta. Paco describe este salto a la modalidad virtual como un proceso «complicado» hasta encontrar una aplicación amena y accesible para todos, como WinBoard o Chess Wise, pero a fin de cuentas «muy bonito».

«Hemos llegado a jugar partidas rápidas online, pero muchos rivales nos terminaban abandonando», comenta Isabel. El proceso es el siguiente: Uno de ellos es el encargado de mover las piezas en la pantalla y cantar la jugada del rival. Es entonces cuando el resto del grupo traslada la posición a sus respectivos tableros para decidir cómo responder. ¿Dónde está el problema? En que una vez superada la apertura, más teórica, el mar de posibilidades hace que la partida no sea tan predecible y se abran multitud de planes. «A veces, como éramos tantos discutiendo sobre cuál era la mejor jugada se nos pasaba el tiempo», relata entre risas Isabel. En otras ocasiones, el rival decide a media partida que no quiere seguir. ¿Por qué? «Como tardamos tanto, algunos piensan que estamos utilizando un módulo de análisis. En cambio, alguna partida sí hemos llegado al final. Eso es todo un éxito», agrega Paco.

«Las nuevas tecnologías han abierto un mundo para las personas ciegas, nos han igualado bastante, pese a que todavía hay páginas que no son del todo accesibles», apunta Tamara Sánchez, coordinadora de animación sociocultural y deporte de la ONCE en Aragón. «Por ejemplo», prosigue, «un ciego era imposible que leyera el periódico de toda la vida y ahora sí pueden leer un periódico digital con su herramienta de accesibilidad».

Inclusión

La delegac ión de la ONCE en Aragón no ha sentido el efecto Gambito de Dama que ha alcanzado a prácticamente cualquier vertiente relacionada con el ajedrez. Es más, en Zaragoza ha habido mucho ajedrez desde los años 80, «pero se ha ido diluyendo», asegura Tamara. Una de las razones que explica esta evolución a la baja es el propio público objetivo. En una población ya de por sí reducida, las personas se afilian en edades avanzadas, cuando desarrollan la discapacidad. «Prueban y conforme van perdiendo la vista no se creen capaces de continuar y lo deja».

Otro motivo es la propia línea que siguen desde la ONCE: «En el caso de los niños, nos parece más importante la inclusión y que cada uno pueda practicar el deporte en su entorno. Va a estar más a gusto con los chicos de su edad porque es como mejor se va a desarrollar las relaciones sociales u otro tipo de habilidades que le vendrán bien más adelante».

No es extraño oír hablar del ajedrez como un ejemplo de deporte integrador donde además las diferencias entre personas videntes y con discapacidad visual se suavizan. Razones no faltan. Basta con asistir a alguno de los torneos o abiertos donde comparten competición para cerciorarse de la expectación y curiosidad que despierta un jugador de ajedrez ciego. Es una singularidad que a menudo suma, especialmente en el aspecto social.

Paco no tiene dudas de ello. «Lo mejor que me ha aportado el ajedrez es conocer a un montón de personas, tanto mis compañeros de la ONCE como gente con la que coincides jugando y entablas amistad. Esas relaciones sociales son importantísimas». Para aquellos que todavía se preguntan cómo lo hacen, Joaquín responde de manera sencilla: «No te puedes permitir el lujo de quedarte en la cuneta a verlas pasar. Aquí se vive o no se vive y no queda más remedio que aprender y seguir aprendiendo. Y lo mismo que en ajedrez, en todo».