Una cuestión común a todas las mujeres entrevistadas para la redacción del informe del IAM es que trabajaban fuera de casa cuando eran solteras, es decir, alrededor de los años 60. En algunos casos este trabajo era asegurado, pero en otros muchos, se trataba de un trabajo precario: sin contrato, sin seguro, sin ningún tipo de legalidad. «Bueno, yo primero hacía jerséys, diez horas al día sin asegurar ni nada», dice una mujer mayor de un entorno semiurbano. Todo eso terminó con el matrimonio, cuando casi todas ellas pasaban a ser amas de casa.

El cambio de situación las obligaba a renunciar a sus ingresos y las hacía depender del marido para todo. La única forma de regresar al empleo sería con la viudedad o la incapacidad laboral del marido.

El informe redactado por la DGA recoge testimonios en los que se evidencia que los maridos, por lo general, no querían que ellas trabajaran. Como una de ellas comenta, «era una forma de tenerte más agarrada, subordinada, dependiente».

Y de esta forma se garantizaban que una persona se encargaba de todos los cuidados relacionados con las familias, así como con el mantenimiento y las labores del hogar. «El hombre se jubila, pero la mujer no lo puede hacer nunca jamás», dicen.