La noche toledana que ayer vivió Julián, un vecino de Zaragoza de 50 años, terminó a las cinco y media de la mañana tras empotrar su coche contra otro vehículo detenido ante un semáforo en rojo. Al ser sometido a la prueba de alcoholemia dio una tasa tres veces superior a la permitida.

El final de la juerga no fue un accidente de tráfico casual, sino un resultado perseguido con empeño y contumacia por el ciudadano, que ya había comenzado a consumir alcohol con bastante anterioridad al siniestro.

Dos horas antes de los hechos, este bebedor impenitente se encontraba tumbado en la acera de la calle de San Antonio María Claret, con evidentes signos externos de tener adormecidos sus reflejos. De esta guisa lo encontró poco después de las tres de la madrugada una dotación de la Unidad de Protección Ciudadana de la Policía Local.

En vista de las dificultades para valerse por sí mismo, los agentes, con encomiable afán samaritano, le aconsejaron que fuera a dormir la fiesta a su casa y le acompañaron a tomar un taxi, mirando de que no se cayera en el camino.

Además, los agentes del radiopatrulla decidieron darle escolta hasta su domicilio y comprobar que entraba en el portal del mismo tras abonar la carrera al taxista. Acabado su cometido, los agentes siguieron su ronda habitual.

Dos horas más tarde, la emisora envió a la dotación a asistir a una colisión que se había producido en el cruce de la calle Cortes de Aragón con la avenida de Goya. Un coche había colisionado con la parte posterior de otro vehículo que se encontraba correctamente detenido ante un semáforo en rojo. El conductor de este último resultó herido leve.

Los agentes quedaron sorprendidos al identificar al conductor que había provocado el accidente. Era el bueno de Julián, que tras dejarlo a dormir había resurgido para la noche zaragozana como Ave Fénix. La prueba de alcoholemia arrojó una tasa tres veces superior a la autorizada. Tal vez el juez le convenza de que, en algunas ocasiones, la primera intención es la mejor. Debía haberse ido a dormir.