Han bajado la alarma por la calor. Menos mal, oigan, porque yo me estaba mosqueando con tanta alerta y tanto rollo por un simple toquecito de bochorno. Al fin y al cabo el año pasado sí que nos cayó una buena. Que andábamos achicharrados perdidos, pero aunque todos nos quejábamos mucho nadie se acongojó demasiado, porque las autoridades sanitarias nos cubrieron con un manto de tranquilidad. ¿Hubo muertes por golpe de calor? Nada, casi ninguna. Los portugueses, los italianos y sobre todo los franceses (¡serán gabachos!) si que la palmaron por millares, sin embargo aquí nos quedamos tan frescos; bueno, frescos lo que se dice frescos, no, pero calmaditos y conformados sí que estuvimos.

Por eso, como el verano en curso está siendo fresquito de puro suave, no venían a cuento las alarmas amarillas y rojas, las advertencias de los jefes de la Sanidad y las noticias en diarios y televisiones... Todo porque las temperaturas podían alcanzar los cuarenta grados centígrados . ¿Y qué? A cuarenta y muchos estuvimos días y días durante el larguísimo estío del 2003 y cuarenta millones de españoles y otros tantos guiris que andaban por aquí de bureo lo llevamos con serenidad absoluta, mucha dignidad y excelente salud. ¿Asustarnos nosotros por una miaja de vientecillo sahariano? ¡Quia! Y menos ahora que quién más quién menos ya nos proveímos en primavera de ventiladores y aparatos de aire acondicionado.

Esta mudanza en las actitudes, este atemorizarse a la mínima debe ser consecuencia del cambio de Gobierno. Con el PP se afrontaban los accidentes, las catástrofes, las guerras y el cambio climático con otro ánimo. Pero Zapatero es más blandengue. Seguro que con él de jefe hubiésemos contabilizado el año pasado qué sé yo la cantidad de miles de muertos por aquello de las altas temperaturas, cual franceses de la vieja Europa. Estos socialistas, los pobres, no saben disimular ni la calor.