Josefina rompe a llorar nada más cruzar el umbral de su nuevo pisito. Gregorio Ramos, su marido, sonríe emocionado: «Vamos a disfrutarlo, hijica mía, que nos lo hemos merecido», le dice mientras mueve la cabeza satisfecho contemplando lo que a sus ojos es una mansión, por mucho que se componga de una habitación, un salón-cocina y un baño. Ahí nadie cuenta los metros, solo las soluciones. Lo que ven es tranquilidad, futuro, una casa donde vivir en paz. Aún mejor, «la mayor alegría de mi vida», como repite el señor Ramos, de 74 años, en reflexión que antes y después comparten los nuevos habitantes de los 26 pisos construidos en el espacio que durante ocho decenios ocupó la imprenta de Tomás Blasco, desde ayer el edificio estrella de la plaza Ecce Homo, justo detrás de la Audiencia de Zaragoza.

La mayoría de los nuevos inquilinos llega de casas en mal estado, alguna pésima incluso, de pagar alquileres con los que no podían cargar, de pasar mucho frío, calor también, de subir 7 plantas o de vivir en un trastero. Sí, bajo suelo, como indica el contrato de alquiler de Mónica Martín, que en unas horas espera dejar su domicilio actual en la calle Las Armas, un espacio «horrible» donde no hay «ni ventanas, ni luz natural, ni calefacción ni nada. Es lo peor. Hace un frío que pela, tanto que en verano es como si tuviera aire acondicionado de lo fresquito que se está».

No extraña así que esta camarera tenga bien claras sus primeras sensaciones: «A mí me ha tocado la lotería, así de claro», cuenta Mónica, que llevaba desde el 2014 esperando la llamada de Zaragoza Vivienda. El corazón se le aceleró cuando le sonó el teléfono hace un mes, un tiempo que le ha parecido una eternidad. Por eso no piensa desperdiciar ni un minuto. «Me voy a desmontar la cama y me vengo mañana mismo».

«Para mí el 2020 es un gran año pese a lo del virus. No solo me ha tocado la lotería (el piso), sino que además he encontrado trabajo aunque sea de pocas horas. Voy saliendo del pozo...», remata después de acabar la sesión de fotos, primero con el alcalde, luego en su nueva vivienda, desde donde espera ser una de las mejores colaboradoras de esta comunidad que reúne a personas con diferentes situaciones de necesidad de alojamiento. Diez viviendas están habitadas por jóvenes (menores de 35 años), ocho por mayores de 65 años y otras ocho son para familias con hijos menores de edad.

El objetivo es favorecer la convivencia entre los residentes. En el caso de los jóvenes deberán participar en una actividad solidaria como parte de su contrato de arrendamiento. «Tenemos que ayudarnos entre los vecinos trabajando tres horas a la semana, o lo que se pueda, ya sea cuidando a los niños, limpiando, llevando la compra... Yo haré lo que haga falta, estoy encantada de estar aquí», remata Mónica desde su 3º E.

La felicidad es gigante desde hace días, aunque a alguno le han matado los nervios. «Llevo una semana muy nervioso, pero es que, encima, esta noche no he podido pegar ojo», explica Gregorio, inquieto por abandonar su domicilio actual en la calle Santa Orosia, «un piso viejo en el que se cuela el aire por las ventanas», nada comparado con el nuevo, donde está todo «tan bonito y bien preparado» aunque esté aún vacío.

«Iremos poniendo muebles poco a poco y compraremos un microondas baratico, que es lo único que falta». Lo dice así Ramos, pero no le suena a queja. Por si acaso, matiza: «Para mí esta casa es oro puro, un privilegio, un regalo de Dios después de lo mal que lo hemos pasado últimamente. Me hicieron un trasplante y mi mujer tuvo un ictus. Pero le he rezado mucho a mi Virgen del Pilar y hoy tengo esta casa». «Es la mayor alegría de mi vida», insiste.

La de Gregorio y la de otros como la guineana Estrella Alicia Ngua, que llevaba cuatro años esperando salir de la avenida Madrid de una casa sin ascensor en la que cada poco le crecía el alquiler, pero que sonríe con las bromas del alcalde, que reconviene cariñosamente a uno de los inquilinos por acudir con la mascarilla del Madrid a la entrega de llaves: «La próxima vez te quiero ver con la del Real Zaragoza», le dice Jorge Azcón, que pasó una mañana de aplausos, choque de codos y fotos antes de hablar de «alegría», de un «buen proyecto» tanto por la mezcla de tipologías como porque tiene un «claro componente de solidaridad», ya que hay cláusulas en el contrato de arrendamiento y algunos inquilinos «tienen como parte del precio del alquiler ser solidarios con el resto».

El alquiler oscila entre los 140 y los 220 euros mensuales, en función del piso. El edificio cuenta con ascensor y las viviendas disponen de electrodomésticos, aparatos de iluminación y altas de suministros. Los baños cuentan con espejo, armario y accesorios, y todos ellos están equipados con plato de ducha. «Y estamos a un minuto de la calle Alfonso, y a 30 segundos del Coso, y a 5 minutos del Mercado Central. Habrá que buscar por aquí a ver dónde hay tiendas baraticas», concluye Gregorio Ramos el día que se siente el más feliz entre los más felices.