Tal vez algunos de ustedes no sientan ningún entusiasmo por la Expo ni compartan mi criterio de que el protocolo firmado el viernes marca época en las relaciones de Zaragoza y Aragón con el Gobierno central. Pero permítanme ahora analizar el tema desde otra perspectiva, porque llevar a cabo la Exposición internacional del 2008 (si nos toca) será un desafío que deberá movilizar a nuestra sociedad, sacudirla de su apatía y movilizarla a partir de esta modorra de hoy en día. Si el BIE da el visto bueno, en tres años habrá que tenerlo todo dispuesto, un largo sprint al cual vamos a llegar muy, pero que muy desentrenaditos.

Aquí no valdrán mosqueos entre partidos (o familias del mismo partido) ni colocar al primo tonto ni copar los cargos a cupo. No servirá tampoco ir exhibiendo maquetas y recreaciones virtuales; ni será posible dejar que las obras se bloqueen para desbloquearlas después, ni dejarlas a medio acabar, ni cambiar los proyectos sobre la marcha, ni pasarse de presupuesto más allá de lo razonable... O sea, que no se podrán hacer las cosas como el AVE a Madrid, la Estación Intermodal y sus accesos, los rascacielos de Zaragoza, el Fleta, el Auditorio, los pantanos de Montearagón, El Val o La Loteta, la reforma de Independencia, el puente del Milenio, el palacio de los deportes de Huesca (que se le cayó el techo antes de ser inaugurado), la ampliación de Formigal, las diversas autovías ejecutadas a paso de tortuga, la rehabilitación del Tubo de Zaragoza y otro porrón de cosas que no sigo relatando para no cansarles.

Habrá que ponerse las pilas, dejarse de mandangas y primar lo profesional sobre lo político y la capacidad de trabajo sobre las buenas amistades. Que no ha de ser fácil, con lo viciadas que están las autoridades competentes. Quizás por ello, en su fuero interno, algunos preferirían que el 16 de diciembre el premio se lo lleve Trieste. Pero yo no. Cada vez soy más partidario de esta Expo. Que nos la den. A ver qué pasa.