Les aseguro que hay ciertas ventajas del veraneo civilizado que se pueden encontrar también en destinos de los llamados exóticos. Así existen ciertos enclaves caribeños (me estoy acordando ahora mismo de Bocagrande, junto a Cartagena de Indias) que no le envidian en cuanto a fealdad arquitectónica, desmadre urbanístico y suciedad a la murciana Manga del Mar Menor. Y ahí tienen ustedes las playas de la moruna Jerba, la tunecina isla en la que los turcos nos la pegaron bien pegada allá por siglo XVI, donde bajo la fina arena prolifera el chapapote todos los días del año (los hoteles dejan en el cuarto de baño unas toallitas con disolvente para que los turistas se quiten el alquitrán de la planta de los pies). O sea, a todo lujo.

Sé que por otro lado hay personas que vinculan el desarrollo y la modernez al uso masivo de hormigón y asfalto y la destrucción de todo espacio natural que se ponga a tiro (la naturaleza se les antoja sosa y atrasada, una muestra de subdesarrollo). Esta gente a la que me refiero ansía llegar en coche a cualquier sitio que se deba visitar porque odia desplazarse a pie, y más si hay cuestas. Para quienes estén en tal caso, este verano cabe recomendar un bonito periplo por el Pirineo aragonés. El valle de Tena o el de Benasque están preciosos con todos sus apartamentos y sus chandríos. Pero es obligado subir a Panticosa, admirar los terrenos donde pronto se levantaran ¡dos mil apartamentos! y visitar las obras de ampliación de Formigal, para contemplar cómo más de un centenar de enormes volquetes y excavadoras convierten la insulsa alta montaña en futuro dominio esquiable, aparcamientos, telesillas y otras maravillas técnicas. ¡Ah! y ya saben que gracias a los arrastres de las estaciones de esquí es posible este verano alcanzar directamente las cimas desde los mismos aparcamientos. Sin dar un paso, sin fatigas y sin correr el riesgo de pisar boñigas de vaca. ¡El sueño del automovilista!

Se lo dije: está chupado.