Cuando estos últimos días les hablaba yo de los éxitos deportivos de los discapacitados, y cuando aprovechaba la ocasión para impartir doctrina básica sobre los derechos de las personas que sufren algún tipo de minusvalía, estaba muy lejos de imaginarme que hoy tendría que ponerme ante el ordenador y rendir homenaje a Eduardo Hernaz, alma y eminencia gris de Disminuidos Físicos de Aragón; a Eduardo, con quien estuve comiendo hace escasas semanas hablando de lo divino y lo humano y al que se le veía tan vital y tan entero; a Eduardo, en fin, que se nos ha ido de improviso, aunque su espíritu y su poderosa obra se quedan aquí, vivos y bien vivos.

Cada vez que he dicho o escrito que en el ámbito de la discapacidad había pasado el tiempo de los actos caritativos y que empezaba la era de los derechos reconocidos, estaba citando a Eduardo Hernaz. Porque este personaje (sin duda uno de los escasos grandes líderes sociales aragoneses de hoy, controvertido, genial y emprendedor como nadie) había impartido un amplio magisterio sobre la cuestión de los disminuidos, sobre la necesidad de profesionalizar sus asociaciones, sobre el papel de las instituciones públicas en el desarrollo de los servicios sociales y sobre el hecho incontrovertible de que tales servicios están en el mismo nivel que la Sanidad, la Educación u otro derecho constitucional.

Eduardo deja una obra monumental y una organización, DFA, que está ahora mismo en plena forma. Pero deja además una huella imperecedera en la pequeña gran historia de la lucha que llevó a los discapacitados a ganar un lugar bajo el sol de la vida política y social. Amarrado a unas muletas, primero, y después desde una silla de ruedas, este hombre superó las limitaciones que le imponía su minusvalía, se superó a sí mismo y a su propia forma de ser, superó las envidias y los recelos de los demás, superó todas y cada una de las barreras que le impedían el paso... Al final es (¡ni la Parca podrá evitarlo!) un personaje con página propia en la reciente Historia de Aragón.

A gente como Eduardo no se le puede decir adiós. Seguirán con nosotros, luchando por un mundo más justo y más libre.