"Buenas tardes, ¿ha comido usted con gusto?" "Sí, ¿y tú?". "Muy bien". "Ya puedes ir al pupitre". Con estas palabras entraban a la escuela hace medio siglo los niños y niñas de Fuentes de Jiloca, como los de tantos otros lugares. Los mayores de esta localidad han regresado a sus aulas por las fiestas patronales para rememorar las lecciones escolares de aquella época marcada por la posguerra.

Abecedarios, plumieres, tintas antiguas con sus secantes, regletas de madera, la pizarra y los libros de texto recrean en la sala de exposiciones del consistorio la disposición de aquellas aulas con tal exactitud que sólo la mella que ha hecho el paso de los años en sus alumnos delata el artificio.

Sobre los pupitres de madera, manuales de lectura como Don Patito, o Marisol, la maestra rural; bajo los mismos, los braseros, que sobre todo las niñas llevaban en invierno para mantener los pies calientes, porque aunque había una estufa --que también se conserva-- esta no calentaba demasiado, asegura una de las antiguas alumnas.

Costura y catecismo

Sobre los toscos armarios de madera, alfileteros y otros ajuares de costura con los que las niñas aprendían sus labores por la tarde, cuando no tocaba clase de catecismo. En el bastidor se bordaban cojines, pañuelos, bolsas para peines o camisón, juegos de cama y toda clase de mantelería.

Las alumnas preparaban su ajuar durante los años de escuela en espera de su boda, aunque no todas eran iguales, ni tampoco lo eran sus telas. "Bordaba la niña rica en sus telitas de raso que hasta en eso se notaba su poderío y su rango". Las mantillas de misa se hacían con el tul, las alumnas zurcían allí los dibujos que la maestra les trazaba en el papel. Mientras, los niños continuaban las lecturas de la mañana, o realizaban las tareas propias del campo.

Algunos de los juegos más típicos, en el suelo, precisamente el lugar donde acababan todos ellos. Hoyo, tripa, cara y culo eran las cuatro apuestas de las tabas, que se hacían con el hueso del garrete del cordero. Los cartaches, simples pedazos de baraja, se lanzaban al aire después de aventurar si caerían de cara o culo. Más tiento había que tener en el tango para lanzar una moneda y que esta quedara sobre el cartache.

Junto a estos, algunos juegos de niñas, muñecas y adornos de porcelana para las ricas y de tela o cerámica de Villafeliche para las pobres. Lo mismo sucedía con la ropa, zapatitos de charol, las unas, y desgastados de esparto, las otras. "Que tontica está la niña porque lleva un traje nuevo, que envidia causa su traje a las niñas del paseo", cantaban para contentarse las menos pudientes.

En las vitrinas de cristal se exhiben también algunas fotos de clase, certificados de notas y doctrina, algunos del siglo XIX, incluso un libro de pecha vecinal de 1616 donde se da cuenta del salario de 1.200 escudos que recibía por entonces el maestro del pueblo.

La práctica totalidad de los vecinos, aunque también en este caso sobre todo las mujeres, han aportado los ajuares de clase que han conservado a lo largo de los años. Gracias a ello los vecinos de Fuentes de Jiloca y los alrededores podrán rememorar, en una exposición que se inaugura hoy para el público, aquellos años de la infancia, sin que se eche de menos apenas nada. En lo alto de la pared, junto a la pizarra, el Cristo, y la imagen del Generalísimo velan para que así sea.