Al menos cien hectáreas de pinar de una zona muy abrupta situada entre los términos municipales de Aliaga (Cuencas Mineras), Ejulve (Andorra-Sierra de Arcos) y Montoro (Maestrazgo) ardieron ayer en un espectacular incendio que al cierre de esta edición estaba controlado, pero no extinguido. A medianoche, varios retenes de guardia atacaban un foco aislado al tiempo que se disponían a pasar la noche junto a los rescoldos, ya que se daban todas las condiciones para que las llamas se reavivaran: terreno escarpado, bochorno y fuerte viento.

El fuego se declaró en torno a las dos de la tarde en la cima de una loma, conocida en la zona como Sierra del Cerro. Aunque se barajaba la posibilidad de la caída de un rayo en una tormenta seca, oficialmente ningún experto acertaba anoche a certificar una causa clara. Las altas temperaturas y el viento provocaron enseguida su rápida propagación en dos frentes (sureste y norte), lo que disparó todas las alarmas.

Desde el primer momento era evidente que este incendio forestal iba a causar graves problemas, ya que la zona es de muy complicado acceso. Los equipos de emergencia desplazados al lugar, vecinos y voluntarios tuvieron que hacer grandes esfuerzos para aproximarse y atacar directamente las llamas, que en laderas de pinar como ésta son en los primeros instantes casi incontrolables.

ATAQUES DESDE EL AIRE Los servicios de protección del Gobierno de Aragón no tardaron en darse cuenta de que el fuego debía ser combatido desde el aire. Y en el gran despliegue de medios aéreos estriba la clave de que los daños al cierre de esta edición no fueran mucho mayores. Al lugar se desplazaron entre otros Alberto Contreras, director general de Medio Natural, y José Antonio Gómez, director del departamento de Medio Ambiente en Teruel.

Mientras los retenes terrestres (apoyados por cinco motobombas) intentaban contener desde abajo una rápida propagación por las laderas, tres hidroaviones (uno con base en Daroca y dos en Zaragoza) y cuatro helicópteros (San Blas, Peñalva, Alcorisa y Zaragoza) se turnaban en atacar el centro neurálgico del siniestro. Fue una auténtica exhibición de cómo controlar un incendio con las peores variables posibles.

Sin embargo, a media tarde, las condiciones empeoraron todavía más. Llegó un momento en que era prácticamente imposible atajar el fuego desde tierra. La temperatura ambiental era muy alta y el viento, tan fuerte como cambiante. En algunas crestas, hasta en tres ocasiones los retenes se vieron obligados a abandonar sus posiciones ante los engaños del viento.

Fue aquí donde los equipos aéreos multiplicaron sus esfuerzos. Los hidroaviones iban y venían sin cesar al pantano de Caspe, mientras que los helicópteros tomaban el agua de la presa de la antigua central térmica de Aliaga. Todos ellos, en perfecta coordinación.

En tierra, mientras, excavadoras traídas en góndolas (camiones de gran tonelaje) abrían camino en las zonas de más difícil acceso a las motobombas. Estas, por cierto, tuvieron un impagable apoyo en un camión nodriza de la DPT. Una vez extinguido del todo, hoy será momento de evaluar oficialmente los daños.