Orión reina aún en la noche. El negro delata las luces furtivas. Unos faros centellean a lo lejos. «Son los del retén que están limpiando». Adrián y Juan Carlos tienen todo controlado hasta el último detalle. La tracción a las cuatro ruedas permite un ascenso lento por las laderas boscosas de la falda norte del Turbón. Una fila de manzanos indica que van por el buen camino. Comprueban más adelante que unas ovejas estén bien encerradas. En casi una hora alcanzan el claro de una collada. Llega el amanecer.

Del portón sale una perrita escopetada. Es Sombra. Olisquea todo lo que le rodea. Adrián González y Juan Carlos Pallás confirman el plan del día. Se separan para peinar mejor un terreno inabarcable para los tres seres vivos que forman la Patrulla Oso de la Ribagorza, los guardianes de Sarousse, la osa parda que desde hace más de una década reside en estas angostas laderas, la única instalada en Aragón de forma permanente. En los Valles Occidentales, donde transitan con regularidad Claverina y Neré, existe otro grupo de agentes de Sarga que hace su seguimiento, certifica los avistamientos y ataques, y realiza una labor de conciliación y asesoramiento con los ganaderos.

RASTREANDO

Adrián camina ágil. Sombra va y viene revisando olores. En junio la adoptaron de Odor Naturae, una asociación cántabra que adiestra a perros ecodetectores. La están empezando a entrenar para marcar excrementos de oso y quizá en un futuro de lobo, aún no. «Llega a sitios que nosotros, aunque estuviésemos a dos metros, no podríamos ver», relata Adrián, un navarro de Sangüesa afincado en el Pirineo aragonés y experto en rastros. De repente, para e indica el nombre de una seta oculta, delata unas imperceptibles heces de perdiz o los agujeros dejados por un picapinos. «Todo en la naturaleza tiene su sentido para dar equilibrio. También el oso, que caza jabatos o corzos, evitaría la superpoblación», reconoce este profesional que, además de los pasos de Saurosse, es, junto a su compañero, vigilante de otras especies catalogadas (VEC) como las perdices pardilla y nival, el mochuelo boreal, pequeños anfibios, reptiles y murciélagos.

La reciente lluvia puede ayudar a ver huellas marcadas en el barro. Es un buen día para tener suerte, primer principio junto a la experiencia y la formación para identificar indicios de Sarousse. Adrián se fija en los estragos abiertos por los jabalíes ansiando raíces. Nada. La Patrulla Oso mantiene varias rutas fijas que completa en una jornada maratoniana. Apunta un árbol donde hay unas garras y un mordisco. Pero eludimos nombrar el lugar. «Los furtivos y los curiosos podrían localizarlos. Es un riesgo con el que tenemos que convivir», indica Adrián González.

Ellos deciden qué ronda hacer sabiendo la época del año y, por lo tanto, la dieta de Sarousse. Porque uno de los falsos mitos que persigue a este plantígrado es que sólo caza ganado o come miel. «Su alimentación es muy rica. Incluso carroñera. Ahora come manzanas, porque es la época, pero también semillas de haya. En verano, arándanos. Alrededor del Turbón puede encontrar de todo, zonas más cálidas y otras más protegidas y umbrías, por eso se ha asentado aquí y no se va», afirma Adrián.

Pronto llegará la hibernación, que no sólo hace en cuevas. Tampoco es un periodo cerrado, puede alargarse un par de meses o más. Allí es donde paren a sus crías, aunque Sarousse no ha tenido, se piensa porque es estéril, aunque se han cifrado sus incursiones bajo el celo en el Valle de Arán catalán, o de otros ejemplares siguiéndola en la Ribagorza aragonesa. Eso es en primavera, cuando están más activos, y las hembras corren el peligro que tener visitas de machos que persiguen matar a oseznos que no son suyos. «Es cuando es más posible verlos. Para buscar protección se acercan a zonas más humanizadas como caminos o pistas», afirma. Porque es cautelosa. Se mueve en zonas boscosas y tiene hábitos nocturnos. Y un olfato sensible para huir de nosotros.

Adrián empezó a trabajar en la Patrulla Oso en 2016 y aún no la ha visto, aunque sí a otros ejemplares. El pasado mes de octubre solo recibieron una llamada de un avistamiento. Muchos no son reales. «Porque el oso lleva al miedo, pero también atrae. Muchos dicen haberlo visto y sentido, cuando la verdad es que se tiene que alinear las estrellas para hacerlo», insiste este escrupuloso profesional que ve cómo, poco a poco, la población local se está sensibilizando, porque, aunque aún queda mucho trabajo, «van aumentando los colaboradores locales que nos informan sobre rastros».

CONFIRMAR LAS DENUNCIAS

Su trabajo también consiste en certificar que los ataques a rebaños o colmenas son realmente producidos por el oso. Son como un CSI con atención las 24 horas. Su búsqueda es crucial para poder cobrar las ayudas que paga la Administración. La incorporación de Sombra tiene un gran valor en este sentido. «Una vez tuve que gatear por unos setos detrás de un rastro y encontré su encame. Sabía que estaba cerca. Se me aceleró el corazón. Aún no la he visto. Cuando lo haga será una mezcla de miedo y emoción». A Juan Carlos se le ilumina la cara hablando de su niña de más de cien kilos. Camina apoyado en una rama de cerezo. Es de Bono. Habla en catalán ribagorzano. Y era pastor toda su vida, hasta hace dos años cuando se quitó las últimas cabezas, por eso sabe ponerse en la piel de aquel que sufre un ataque o despellejar una oveja muerta para descubrir las garras culpables del oso. Lleva diez años conociendo a Sarousse, desde que se formó este grupo. «Es como su hija. Es Sarousse Pallás», bromea Adrián.

Tiene ojo de lince. A lo lejos percibe algo que le llama la atención en mitad de un prado. Es un excremento de la osa. Aún se divisan los trozos de manzana y bayas. A Juan Carlos le abraza la felicidad. Toma una muestra, que analizará para confirmar que es de ella y conocer más datos: genética, alimentación, comportamiento, movimientos... «E intercambiamos con otros grupos de Arán. Nos sirve para adiestrar a Sombra, porque tiene que acostumbrarse a olfatear distintos excrementos», explica Adrián mientras la perrita marca el hallazgo.

HUELLAS FRESCAS

Cerca hallan sus huellas. Efectivamente, en el lodo humedecido. Lo sabían. «Tendrán uno o dos días», constata Juan Carlos mientras saca una libreta para apuntar las coordinadas y mide la longitud de la pisada. «Es ella. Yo soy de los antiguos y lo anoto todo. Luego lo registramos en el ordenador», confirma.

Cerca queda un refugio donde en verano se pastorea. En un pino tienen sujeta una de las quince cámaras instaladas por el bosque, que más de una vez se han encontrado rotas adrede. Sacan la cinta que revisarán en la oficina. También ocultan trampas de pelo. En este cercado cercano se produjo un ataque. «Una cámara filmó a Sarousse huyendo tras un mastín», avisan.

Esa es su tercera labor. Registrar los rebaños y las colmenas desde Bielsa a Montanuy, Sobrarbe y Ribagorza, para comprobar que se siguen las medidas de seguridad, se han instalado vallados electrificados o quién cuenta con mastines. Este año se contabilizan doce reses muertas por oso en esta zona, algunas por estar fuera de vallados o tener insuficiente protección. Poco a poco se va cambiando la mentalidad local, aunque en ocasiones es complejo localizar a los dueños de colmenas que no son de la zona, acostumbrar a tomar hábitos o realizar inversiones. «El oso es oportunista. Ataca lo fácil, una oveja que se ha quedado fuera, un vallado mal instalado o colmenas que no tienen protección», afirman los guardianes de la Patrulla Oso.

Ese poso de concienciación queda registrado más abajo, en Abella. Paran cerca de una granja y charran con un ganadero. Un gran mastín no se mueve de las ovejas que miran alcahuetas. Dos pequeños cachorros buscan caricias. «Las mastinas tuvieron ocho y ya he colocado seis», advierte el pastor, que afirma que los perros son un gran apoyo, como ocurre en la cornisa Cantábrica.

La ausencia, o coste, de pastores profesionales y accesos y cabañas en pastos de altura o la presión de la ganadería intensiva del llano, son problemas más graves que los ataques de Sarousse. Hay iniciativas conjuntas, como cuando las comunidades de Ballabriga, Espés y Abella agruparon sus rebaños en verano y contrataron a un pastor que las guardó las 24 horas. O emprendedores que empiezan a ver al oso, como ocurre con la Ruta de Camille en Jacetania, como un punto de atracción turística. «Pero el oso siempre será un animal salvaje, sería un error pensar que es de peluche», sentencia Adrián y Juan Carlos.