Lo que no entiendo es por qué este 23 de Abril, día de Aragón, no ha sido convocado ningún gigantesco sarao (en la misma plaza del Pilar, por ejemplo) para celebrar que hemos ganado, que el trasvase ha caído, que las manifestaciones, concentraciones y marchas que movilizaron una y otra vez a los aragoneses por centenares de miles no cayeron en saco roto. Muchos paisanos creían que enfrentarse al PHN era obligatorio aunque fuese causa perdida. Pero no. Han sido Matas, Cañete y Rodríguez quienes han mordido el polvo.

Debiera haber existido un espacio ciudadano en el que festejarlo. Con músicas, con proclamas, con cantautores, con poetas, con la gente reunida una vez más para sentirse fuerte en la unidad y para advertir a quien corresponda que, si es preciso volver a plantarse, se hará. Ha faltado esa iniciativa, como si hubiese ganas de cerrar rápidamente ese capitulo tan reciente como intenso de la historia de Aragón (bueno, de Aragón y de Cataluña, que la ayuda de nuestros vecinos ha sido decisiva en este envite).

Es curioso comprobar cómo cada Régimen o Gobierno español que ha puesto sobre la mesa el trasvase del Ebro ha sufrido de inmediato las consecuencias de un poderoso gafe. Esto de llevar las aguas de aquí para allá fue una invención del tardofranquismo, pero ya en la democracia hemos visto a dos ministros del ramo, Borrell primero y ahora doña Elvira, la murciana adoptiva, irse a la oposición con un plan hidrológico trasvasista bajo el brazo. Más importante aún que esta especie de yu-yu cuasimágico, está el hecho de que ya no queda en Europa ni en el Mundo entero experto alguno que apoye o justifique las grandes transferencias entre cuencas. La Nueva Cultura del Agua, el sentido común y el diálogo se han impuesto.

Por eso merecíamos hacernos un homenaje y saborear las mieles de la victoria. ¿No se potencia así la autoestima que tanto predica el presidente Iglesias?