La lucha contra el virus exige robustez en la primera línea del frente, donde numerosos aragoneses se convierten en una trinchera muchas veces insalvable para el implacable coronavirus. Los profesionales sanitarios son la gran esperanza y el arma más letal contra una pandemia a la que cada día desafían en cuerpo y alma para seguir salvando vidas. Son los guardianes de la vida.

AINHOA GONZÁLEZ, enfermera de Urgencias en el hospital Clínico: "Es difícil dormir por las noches"

«La gente muere sola, aislada en su habitación y con miedo. Es desolador». Ainhoa convive a diario con la muerte. Enfermera de Urgencias en el hospital Clínico de Zaragoza, los pacientes apresados por el coronavirus se han apoderado de su rutina diaria. «Es una situación muy triste y agotadora. Son gente mayor, sola, sin poder estar acompañados por sus familiares y que ni siquiera te puede ver la cara, solo los ojos. Y los suyos solo pueden oírnos decirles que cuidaremos a su familiar y que confíen en nosotros», relata emocionada.

El esfuerzo es colosal. «Médicos, enfermeros, residentes, auxiliares, celadores o personal de limpieza nos estamos dejando la piel por nuestros pacientes. Somos un equipo unido a pesar de que la falta de recursos materiales y humanos hace que la seguridad del paciente disminuya».

En casa, Ainhoa se refugia en su marido, policía nacional, y en sus mellizos de 5 años. «Cuando llego ç, pero me lavo mil veces y se lanzan a mis brazos. Es inevitable». Allí, en casa, Ainhoa emprender una incesante búsqueda de la desconexión. «No comento nada y me pongo una coraza».

El aislamiento también le impone acumular semanas sin ver a su madre, que sufre un enfisema pulmonar, a su hermana, embarazada, y a sus sobrinos. «Es duro. La situación es estresante y ahora estamos sufriendo los días más duros. Es difícil dormir por la noche y te despiertas constantemente».

La escasez de medios, además, dificulta todavía más las cosas. «Nos faltan equipos de protección adecuados y test para saber si padecemos la enfermedad. Parece que el el lunes traerán batas blancas impermeables. Menos mal porque las de ahora las llevamos todo el tiempo y las mascarillas duran cinco días».

Pero la inyección de ánimo llega cada día a las 8 de la tarde. «La gente se vuelca con nosotros. Es impresionante su calidez y apoyo y uno de los motores que nos permiten seguir. Nos dicen que confían en nosotros, la gente nos hace batas, mascarillas y nos trae comida. Cómo no voy a trabajar para ayudarlos. Solo les pido una cosa: que se queden en casa».

Javier Lázaro / EL PERIÓDICO

JAVIER LÁZARO, neumólogo del Royo Villanova: “¿Miedo? Mentiría si dijera que no lo tengo”

Casado y padre de Carmen y Juan, Javier admite vivir en un «estrés continuo» desde que llega por la mañana al hospital Royo Villanova, donde ejerce como neumólogo. «Atiendes a muchos pacientes y la carencia de material hace que estés preocupado por ponerte bien el equipo, que no se mueva la mascarilla y que los guantes estén bien sujetos. Siempre con un compañero que te va apuntando y viendo un paciente tras otro», explica.

Pero ese estrés continúa en casa una vez concluida la jornada. «No te lo quitas de la cabeza. Miras más información en los buscadores médicos y todo te lleva a lo mismo».

Aunque, sin duda, lo peor no es eso. «Ver a los pacientes solos y tener que informar a las familias sobre el delicado estado de un ser querido es horrible». En su caso, la mayoría de afectados asistidos son mayores aunque también ha atendido a personas de 40 años que «suelen salir adelante», pero Javier asevera que «luchamos por todos y a nadie se deja de lado». De momento, él, que trabaja en planta, solo ha sufrido la pérdida de un enfermo.

«Es mi trabajo, lo que quiero y me hace feliz, pero es duro. Muy duro», admite Javier, que, junto su hija, aplauden «emocionados» cada tarde que su trabajo se lo permite «y seguiré haciéndolo por mí, por mis compañeros y los pacientes» porque «ellos son los héroes por estar solos en una habitación, con un compañero con el que no puedes comunicarte y aguantar sin gritarnos cuando entramos».

Javier admite que siente miedo. «Mentiría si dijera que no lo tengo. Claro que existe ese miedo a contagiar a mi mujer y mis hijos, con los que convivo aunque tomo todas las precauciones del mundo». Pero toca seguir. «Me quedo con la solidaridad de compañeros de otras especialidades, que se reinventan para echar una mano y con el trabajazo de enfermería» a pesar de «continuos cambios en protocolos o administración de tratamientos».

Ramón Boria / EL PERIÓDICO

RAMÓN BORIA, médico de familia desplazado a una residencia: “Esto es lo más duro en 31 años de trabajo”

Ramón tiene 56 años y lleva 31 trabajando como médico de Atención Primaria. Ha sido coordinador médico y director de Primaria pero siempre en el centro de salud Santo Grial de Huesca, que atiende a la residencia Los Olivos, uno de los escenarios más castigados por el virus en la provincia altoaragonesa. «La inmensa mayoría de los ancianos está infectado. No sabemos si todo empezó a través de la entrada de algún empleado o de un ingreso que llegó a finales de febrero, pero poco importa ya», dice.

Desde hace una semana, Ramón pasa cerca de tres horas diarias en la residencia, que acaba de ser intervenida por el IASS, y donde lleva a cabo una atención prácticamente paliativa. «Es una residencia moderna y con todos los servicios, pero el problema es que cuando entra el virus es muy fácil que se extienda y alcance a muchos de los usuarios». De hecho, dos de cada tres fallecidos en Aragón son usuarios de residencias. «El nivel de gravedad varía desde los que tienen síntomas leves hasta otros que han fallecido. Cinco han muerto y otros en situación paliativa que son enviados al hospital han sido devueltos a la residencia al estar completo».

Ramón no tiene dudas. «Esto es lo más duro que he pasado en 31 años de trabajo. Recuerdo una epidemia de sarampión a finales de los 80 que alcanzó a muchos niños, pero esto es una impotencia absoluta porque no hay tratamiento de ningún tipo».

Los usuarios, además, acumulan muchas semanas sin contacto con sus familias, «pero lo más duro es cuando ves que un paciente no responde a los estímulos y entra en situación terminal y tienes que sedarlo para fallezca de la forma más digna posible».

Ramón vive con su hijo, de 22 años y estudiante de Enfermería mientras su esposa trabaja en un centro de salud de Zaragoza. «Es imposible desconectar. Bastante tenemos con intentar no enfermar».