Los contribuyentes zaragozanos vamos de sobresalto en sobresalto hacia el patatús definitivo. Cada día salen más gastos, más agujeros y más déficits. Será que los anteriores gestores de la ciudad nos ocultaban la verdad y los de ahora nos la muestran en cueros vivos, o que el alcalde Belloch y su egregio contable, el profesor Lafuente, han decidido tirar por la calle de enmedio y volcar de los cajones las facturas pasadas y las venideras... pero el caso es que no pasa día sin que aparezca un crédito sin pagar, un gasto ignorado o cualesquiera de los gravosos imprevistos que asfixian las maltrechas finanzas municipales. Qué desasosiego.

Hombre, yo contaba con la Expo (de todas maneras casi todo lo iba a poner el Gobierno central, ¿no?), el puente del Milenio, la urbanización de las Zaragozas futuras, las famosas expropiaciones del Tercer Cinturón y si me apuran las palmeras de Conde Aranda (que baratas no habrán sido)... Sólo con esto y las operaciones asfalto de cada año ya era para echarse a temblar. Pero ahora nos encontramos con el arreglo del antiguo Seminario (cuarenta y ocho millones de euros), la reparación de los depósitos de agua de Casablanca (casi diecinueve millones), el resto del plan de saneamiento (otros cincuenta millones, por lo menos), el tranvía (entre sesenta y ciento ochenta millones) y lo que caiga (el campo de fútbol, sin ir más lejos)... O sea, que entre lo que viene de atrás (¡ay, Atarés!) y lo que se avecina por delante estamos más pillados que Cleopatra entre César y Marco Antonio.

Porque aquí todo es (por parte de los jefes) presumir de proyectos, edificios emblemáticos, cacharros y metros ligeros, pero de lo que han de costar sólo se habla de pasada y manejando los presupuestos más favorables. Luego llega la imprevista realidad y claro... ¿Ustedes creen que es normal gastarnos ocho mil millones de los de antes en recuperar un bodrio arquitectónico tan pregonao como el famoso Seminario? Nos han visto cara de pringadillos, seguro.