«He recibido muchos golpes boxeando, pero el de la vida es el peor»

Ha estado en lo más alto. Ha sido endiosado y alabado. José Antonio López Bueno se convirtió el 23 de abril de 1999 en campeón mundial de boxeo. Ahora, 22 años después, puede llenar su nevera gracias a la ayuda de la Asociación de Vecinos de Las Fuentes de Zaragoza.

Este exdeportista es uno de los tantos que forman las mal llamadas filas del hambre. «He recibido muchos golpes boxeando pero el que me está dando la vida es el peor», asegura.

Vive en un piso de alquiler con su pareja, sus dos gatos y sus dos perros. Siempre ha intentado ayudar porque también es su deber y por eso trató de montar un gimnasio especializado en el boxeo. «Perdonaba demasiadas mensualidades y me arruiné», explica, tras muchos años en los que no ha tenido mucha estabilidad económica.

«El problema de este país es que solo se reconoce el trabajo de Messi o Ronaldo, pero el resto de los deportistas cuando terminamos nuestra carrera no tenemos alternativas», lamenta sin esconder su malestar por el «abandono» de las Administraciones públicas y las federaciones deportivas.

«Cuando me preguntas que cómo estoy no sé qué decir porque lo he pasado muy mal muchas veces. Me gustaría poder decir que bien y me gustaría poder trabajar de lo mío en proyectos de reinserción pero la realidad es que tengo que pedir comida y eso hace que me sienta muy mal. Estoy deprimido», confiesa. En su cuenta bancaria entran cada mes 490 euros que no dan para mucho, ni para pagar el alquiles o los gastos rutinarios de cada mes. «Tengo la cabeza agotada. He logrado salir de los agujeros pero ahora lo veo más complicado. No es normal que no pueda enseñar todo lo que se de boxeo», repite una y otra vez.

«Me traumatiza no poder ayudar porque la tengo que pedir yo»

Marcos López ha pasado de colaborar en la asociación Civitas del zaragozano barrio de Las Fuentes, a ser uno de los que acuden para recibir un lote de alimentos. «Me traumatiza no poder ayudar porque la tengo que pedir yo», admite.

Vive en una casa en propiedad con su mujer, que es dependiente, y un hijo adolescente de 18 años que asegura está afrontando la situación de escasez en casa con gran madurez.

Del sector de la limpieza, en octubre se quedó en paro como consecuencia de los cierres de las empresas y la reducción de su producción. Cobró el primer mes de paro en diciembre, tras llevar dos esperándolo. En noviembre ya tuvo que recurrir a la solidaridad vecinal porque habían agotado los ahorros mientras las facturas seguían llegando. «Empecé a tirar de tarjeta y el dinero se ha agotado porque los gastos fijos no perdonan», explica. Marcos asegura que no sintió vergüenza el primer día que acudió a las filas del hambre. «Yo he sido voluntario y se lo que se siente», dice de forma tajante.

Empezó a trabajar a los 14 años, cuando falleció su padre, y tuvo que aportar en un hogar sin lujos pero que siempre pudo salir adelante. Quizá el hecho de haber tenido que sacar delante ya a una familia desde tan pequeño hace que ahora se sienta «fuertecillo». «Hay que admitir la situación y la realidad y afrontarla», dice con fuerza y esperanzas de que este año sea mejor. «No sé qué nos deparará, por lo menos espero que superemos la crisis sanitaria», dice, tras un año para olvidar

Pese a su situación, Marcos está dispuesto a ayudar y colaborar en la asociación. «Ahora que no trabajo y tengo tiempo quiero colaborar, seguir siendo solidario porque este siempre ha sido mi barrio e igual que me están ayudando a mí quiero hacerlo yo con mis vecinos», explica.

«Cuando uno está desesperado puede cometer errores»

Insiste en que cometió un «error». Robó un sobre de sopa instantánea en el supermercado en el que trabajada al frente de la seguridad y fue despedido en noviembre. Ahora acude todos los días al comedor social de la parroquia del Carmen de Zaragoza porque no tiene ingresos para comer. «Sé que me equivoqué, que lo hice mal y que merecía el despido, pero cuando uno está tan desesperado hace estas cosas», explica Mariano Gimeno, de 51 años, separado y con dos hijos «a los que les envío dinero todos los meses».

En su último empleo cobraba alrededor de 900 euros al mes y vivía con sus padres en un piso de alquiler en Conde Aranda. El año pasado perdió primero a su padre y al poco a su madre. «Es muy difícil pasar el duelo en una situación así, pobre, sin una red familiar o de amigos en la que apoyarme, sin dinero para comprarme algo de comer y con dos meses de retraso en el pago del alquiler», lamenta.

Nunca antes había tenido que pedir ayudas ni recurrir a una entidad social. «He tenido que hacerlo porque no tengo otra alternativa. Lo poco que tenía lo he gastado y todavía estoy pendiente de cobrar el paro. Me costó mucho dar el paso y decidirme pero no tenía a dónde ir y en el comedor hacen una gran labor», explica Mariano, que durante años fue camarero. «Siempre he trabajado, no he sigo nunca un vago y ahora estoy pasando un mal momento, todos merecemos una oportunidad», añade.

Mariano asegura que solo quiere trabajar, salir adelante, superar este bache y poder mantenerse económicamente y ayudar a sus hijos. «Tengo claro que lo primero son ellos y lo poco que tenga se lo voy a enviar», explica con tristeza ya que no los ve con frecuencia, ya que no viven en Zaragoza.